Siesta, 1925
No sé si a los demás le ocurre, pero tengo duermevelas muy animadas. Desde revisar que he hecho mal en el día, sin sacar un látigo mental para disciplinarme, hasta proyectar lo que podría hacer si no me diera un ataque de flojera y de adicción serial al día siguiente.
Son así porque darle vueltas al pecado original y los azotes morales no me caracterizan. Tiendo a ser más bien magnánima perdonándome, prometiéndome cada vez que más nunca dejaré de cumplir con mis obligaciones.
Pero no nos vayamos por ese tema, porque en principio mis deberes son tan aburridos como los de cualquiera. Lo esencial para mí es cumplirlos e ir más allá con proyectos, lecturas, locuras.
Y terminar con lo que empecé alguna vez, aunque no todo lo que se empieza se tiene que terminar, sobre todo si ya no tiene sentido. Tengo una lista larga: las poesías que nunca concluí cuando me convencí de que no era poeta, las lecturas en sánscrito que nunca empecé, aunque que tenga libros on line en esa lengua, porque aprenderla no es hoy tampoco una prioridad, aprender piano y guitarra, que dejé por la misma razón que la poesía, (no me era indispensable tocar y sobran pianistas y guitarristas buenos en este mundo.)
Se impone la marea de revisión, selección y ensimismamiento de los hechos que pasan por el cerebro en las duermevelas, ese tiempo entre el sueño y la vigilia donde uno no está ni dormido ni despierto. Después puedo volverme a dormir o decidir incorporarme a la vida de verdad, a esa fase abofeteante donde las horas corren, la exigencia te atropella, el gato llora para que le des otra vez de comer, la tablet se rebela cuando escribes y llega la noche con la certidumbre de que has perdido otro día.
es experta en el cultivo de huertos de hortalizas y flores.
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