Imagina la citoquina (TNF) como el fuego en las torres de una fortaleza medieval. En tiempos de paz, es un vigilante valiente, encendido en las torres para alertar a los guardias sobre cualquier amenaza inminente. Ilumina el camino, ahuyenta a los intrusos y avisa a los defensores de la fortaleza para que estén preparados.
Sin embargo, si el fuego se descontrola y se convierte en un incendio, ya no es un aliado, sino un enemigo feroz. Las llamas que antes protegían la fortaleza ahora la consumen, destruyendo las defensas y causando estragos.
Algo parecido sucede en nuestro organismo con las drogas endógenas, sustancias producidas naturalmente por el cuerpo que pueden tener efectos significativos en el sistema inmunológico. La citoquina TNF juega un papel crucial en la regulación de diversas funciones biológicas, especialmente en la respuesta inmunitaria y la inflamación.
Sin embargo, desempeña roles complejos y a veces contradictorios en la salud y la enfermedad. Su capacidad para iniciar y regular la inflamación, activar la respuesta inmunitaria y mediar la apoptosis lo convierte en una molécula clave en la defensa del organismo contra infecciones y tumores. Sin embargo, su desregulación puede conducir a enfermedades inflamatorias crónicas y dañinas, perjudicando los tejidos sanos y contribuyendo a diversas enfermedades como la resistencia a la insulina, artritis reumatoide, cáncer, enfermedad inflamatoria intestinal.
Una dieta a base de alimentos ricos en antioxidantes, como los ácidos grasos omega-3 en tomas diarias y otros nutrientes antiinflamatorios, pueden ayudar a regular los niveles de TNF. El pescado graso, las frutas rojas o azules, verduras verdes y las nueces son otros ejemplos, así como suplementos naturales como la cúrcuma (curcumina) con un poco de pimienta para su absorción, y el té verde (catequinas) tibio y sin azúcar para mayor asimilación.