
No. Pese al título, no se trata de boxeo, ni del peleador apodado Mantequilla Nápoles, ni del cuento de Cortázar… Se trata de un amigo con el que jugaba básquet y al que apodaban así. Nunca supe su nombre. En la cancha del barrio solo hay apodos.
Lo cierto es que un día, en medio de una acalorada discusión por una jugada, yo le lancé el balón, sin pensar, y se lo estrellé en la cara a Mantequilla. Él me miró hecho una furia y se me vino encima.
Yo, que de inmediato reconocí mi mala actuación, bajé la mirada y dejé los brazos pegados a los costados. Me merecía mis buenos golpes por desaforado. Entonces sucedió lo que en ese momento yo y todos los que estábamos en la cancha tal vez pensamos que era inimaginable.
Mantequilla llegó frente a mí y lanzó un primer y un segundo golpes, muy rápidos, pero también se dio cuenta de que yo estaba dispuesto a no pelear y admitía mi error. Sus golpes pasaron a un lado de mi cara, sin tocarme; a lo sumo, con la cara interior de sus antebrazos me empujó un poco en los hombros. Eso fue todo.
La pelea de Mantequilla no fue tal. No hubo pelea. De inmediato volvimos a jugar. Ese día aprendí varias cosas y no hubo necesidad de golpes para ello. Lo primero es que para pelear se necesitan dos. Así que cuando la gente, o incluso las naciones, andan buscando excusas y acusan al otro de provocar el problema, es que ambos quieren que se dé el conflicto.
Segundo, aquello de poner la otra mejilla, o incluso poner la mejilla a secas, sí puede funcionar. Y tercero, cuando uno resuelve las cosas de la manera no violenta, es mejor, incluso desde el punto de vista práctico, ya que Mantequilla y yo nos veíamos todos los días, todos los días jugábamos básquet.
De habernos liado a golpes, tal vez el asunto se habría prolongado. Y es que la violencia siempre puede agravarse, en una espiral ascendente. Pero cuando se corta de raíz es más sencillo.
En fin, a Mantequilla volví a verlo a los años. Nos saludamos. Él sigue viviendo en el barrio. Aún juega básquet. Pero no hablamos de la pelea que nunca fue. Y olvidé preguntarle cuál era su verdadero nombre. Quién sabe si se llama José Ángel, como el verdadero Mantequilla Nápoles.

valenciano, autor de “Olímpicos e integrados”, ganador del Concurso de Narrativa Salvador Garmendia del año 2012 y “Página Roja”, publicado en la colección Orlando Araujo en el año 2017.
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Foto Geczain Tovar