La Revolución Legalista acaba con el gobierno de Andueza Palacio. Entonces, la entrada de Crespo a Caracas, bajo un diluvio y al son de truenos, causa agitación en la ciudad.
Una vez derrocado el continuismo, los periódicos colman sus páginas con elogios al caudillo militar y pormenores de la campaña bélica iniciada desde su hato El Totumo, achacando todo mal del país al expresidente y los pérfidos ministros Batalla, Casañas, Matos y Villegas.
En todo callejón de la capital se repite la misma escena. Paredes adornadas de pasquines con caricaturas y frases lapidarias, pregoneros anunciando los últimos aconteceres, o repartiendo folletos. La gente se reúne en horas de la tarde para comprar la prensa o escuchar a quienes leen las noticias en voz alta para aquellos que no conocen las letras.
Por la noche van apurados a casa, pues a esas horas pululan bandidos y espantos, pero ni eso evita que detengan su camino para esparcir el chisme más fresco de la jornada. La política es el tema que más llama la atención y se habla sobre los desafueros de Andueza que ocasionan su caída. Por ello ahora cuelgan, en el salón del Club Venezuela, bajo un altar con cirios blancos, los retratos de los generales Joaquín Crespo, Ramón Guerra y José Antonio Velutini. Nueva élite del poder.
Por estos días sobran los nuevos periódicos apoyando el “Legalismo” y uno publica una obra titulada “La Picota”, o “Libro Negro de la Presidencia de Andueza”, repertorio de cartas halladas entre los archivos privados que olvidaron reducir a cenizas antes de irse al exilio.
Firmadas por ministros y compinches, revelan la reprochable conducta de todos aquellos quienes planeaban perpetuar al abogado guanareño. La sección más leída es un compendio de notas de contenido bochornoso, enviadas por sus emisores desde los más oscuros botiquines al despacho de la Casa Amarilla. En éstas solicitan, con palabras vulgares y tono irrespetuoso, que les envíen dinero de “la cajita de los reales” para continuar juergas con meretrices y aguardiente.
La indignación causada por el tejido de un atropello a la Constitución, así como el ánimo de atornillarse en el poder, es irrisoria al compararse con el desagrado y repelencia que generan el lenguaje soez, relatos obscenos y vasta evidencia de cómo utilizaron fondos públicos para fomentar, entre los amigotes del régimen, la embriaguez, inmoralidad y corrupción de quienes manejaron el país como un burdel.