Cada quien habla como es. Por cada persona hay un modo de hablar. He encontrado, no obstante, algunos tipos de hablantes que me exacerban particularmente.
Por ejemplo, está el murmurador. Siempre mascullando por lo bajo, cuando hace algo: voy a usar esta olla, creo que es muy poco tomate… Aunque es común este hábito en personas solas, también lo hacen quienes viven acompañados. El problema, para los demás, es saber cuándo el murmurador se dirige a ellos, o si habla con su otro yo.
Los subvocalizadores son una variante. Pero básicamente leen lo que tienen al frente, sea un asunto del trabajo o un mensaje del teléfono. No guarda secretos. No podría tener amantes a escondidas de su pareja. Una vez me tocó viajar en autobús al lado de un subvocalizador, y de las cosas que me enteré…
Por su parte, el recontraterco es el que ve tu carro verde y pregunta:
– ¿Tu carro no era azul?
– Pues no.
– Es que yo lo recuerdo azul…
– Siempre ha sido verde.
– ¿Seguro que no era azul?
– Sí – dice uno ya cansado- es azul.
– ¿Viste?
Una manía de los recontratercos es creer saber realmente lo que tú quisiste decir, como si después de 50 años de haber aprendido a hablar, con más de 30 años escribiendo y 25 dando clases, uno no supiera expresarse.
Además de exagerado, el hiperbólico es alarmista por naturaleza. Si hay 100 envases en el baño y se cae uno: ocurrió un desastre. Se derrama una taza de agua en la cocina: se inundó la casa. Te asustan por no dejar cuando te llaman por teléfono: tu carro se dañó, ya no sirve para nada. Llegas y ves que solo tiene un neumático desinflado…
El circunloquio es un personaje del que ya he hablado. Da vueltas y tiene que explicar muchas cosas, como si creyera que el otro no va a entender. Para una pregunta como “¿compraste el pan?”, no hay respuesta breve, ni sí ni no: “bueno, tú sabes que cuando salí estaba lloviendo, y no me pude meter por la autopista, porque había mucha tranca; entonces de repente me di cuenta de que no tenía gasolina…”
El ansiolítico es opuesto del anterior. No espera que respondan lo que preguntó, sino que él de una vez empieza a responder. Trata de no usar con él una oración de más de cinco palabras: no te dejará llegar ni a la tercera antes de interrumpir.
Confieso que a menudo prefiero callar, y parecer aún más detestable, antes que llevar una comunicación en semejantes términos. Es más, he pensado en mandar a estampar una camiseta con la leyenda: “no estamos teniendo esta conversación” ¿Qué les parece?