“No es una plaza pública sana”. Así se refirió el CEO de Twitter, Jack Dorsey, a la función que esta red social está desempeñando en la actualidad. No es difícil imaginar una “plaza insana” como un lugar peligroso, donde en cualquier esquina es posible toparse con individuos con intenciones indeseables, que te quieran vender suciedades, o incluso con un ladrón que, oculto en las sombras de los faroles destrozados, esté presto para robar al más ingenuo.
Posiblemente serían pocos los que se atreverían a ir a un sitio así, pero, más allá de la figura metafórica, son millones los que día a día se reúnen en esas plazas públicas virtuales, ya no solo Twitter sino también en todas las plataformas digitales que nacieron con la clara intención de facilitar los encuentros.
En la antigua Grecia el ágora era la plaza pública en la que los ciudadanos de la polis se reunían para discutir sobre los asuntos de la ciudad, los cuales implicaban a toda la comunidad. Por supuesto, allí se discutía, fundamentalmente, sobre política. Ese simbolismo de la “plaza” fue heredado por los otros lugares de reunión, como los clubes de café y te en los cuales, entre los siglos XVII y XVIII, nacieron también los partidos políticos europeos.
En la contemporaneidad esas “plazas” son los medios de comunicación de masas, los tradicionales (periódico, televisión, radio) y los digitales (hoy las redes sociales, principalmente). Allí, como espacio público en el que se desarrolla el debate, nace la opinión pública.
Varias son las teorías que intentan definir y describir la Opinión Pública, labor bastante compleja y difícil.
Varias son las teorías que intentan definir y describir la Opinión Pública,
labor bastante compleja y difícil.
Sin embargo, muchos son los autores que la describen como un fenómeno fundamental para la pervivencia de la democracia. Por eso la importancia de la libertad de expresión y del libre ejercicio del periodismo.
Si las plazas públicas de la contemporaneidad son catalogadas como sitios “insanos”, ¿es posible que nazca una opinión pública democrática? Es precisamente en ese punto en el que debe estar el foco de la discusión. Sin ciudadanos no hay democracia, pero la escena se convierte en tragedia cuando esos ciudadanos no tienen ideas.
El asunto, por supuesto, no está en denunciar a la plaza pública, acosarla ni pretender cerrarla. Ese lugar de reunión solo puede ser recuperado si los faroles vuelven a alumbrar, si la luz marca el camino de cada paso.