A pesar de todos los chistes que existen sobre el tema, muchos de los cuales son dichos también por los casados, el hecho de que vivan en parejas, se separen y reincidan, con la misma persona o con otra, demuestra que el matrimonio no es el infierno ni el fin del mundo.
Esto es algo que seguramente no saben los solteros empedernidos, quienes anteponen miles de excusas y razones para vivir solos; muchas de las cuales terminan siendo más bien sinrazones, como diría el Quijote.
Por ejemplo, está la famosa explicación aquella según la cual estar todos los días con una persona es una cosa la mar de fastidiosa. Yo no la entiendo, la verdad, porque podemos pasar treinta años siendo amigos de nuestros amigos o hermanos de nuestros hermanos, y viceversa, sin fastidiarnos.
Incluso, podemos trabajar en el mismo lugar o tener los mismos vecinos por decenios, sin llegar a odiarlos por ello (y claro que hay sus excepciones). Pero, no es igual, me diría un soltero. ¿Por qué no? Pregunto yo. Porque no están en la misma casa. Bueno, pero a veces en el trabajo pasas más tiempo que en casa…
Otro de los argumentos antimatrimonio favoritos, y que va en la misma onda del anterior, tiene que ver con el tedio, la monotonía… hasta Shakira lo ha cantado. Al respecto, yo me pregunto, ¿es que acaso no existe el tedio en soledad?
Claro que lo hay. Pero ¿por qué el tedio en parejas es tan grave que lleva a tomar decisiones drásticas, como el divorcio? Hay gente que dice que se divorcia por esta causa. Sin embargo, no he sabido de solitarios que se casen para desaburrirse. Es algo extraño, bien mirado.
En fin, el asunto es que a mí estar casado no me parece algo así como para temerle o huirle. Y es que si hay que tomar las decisiones siempre de manera conjunta con la otra persona; también lo hacen los socios de empresas. Que si tienes que depender de lo que haga o deje de hacer el otro; también pasa en los deportes de equipo e incluso en los trabajos…
Cocinar… lo haces solo o acompañado. Limpiar, lavar… todo lo que pasa en una casa es siempre igual. Puede variar el volumen de los platos o la ropa; pero, sea uno o sean dos, el eterno quehacer de la casa nunca cesa.
He ahí en realidad el verdadero dilema, como diría un célebre príncipe de Dinamarca, quien por cierto parecía estar más bien fastidiado de no tener que hacer nada.