
Lugar común absoluto. El Taj Mahal es imponente. El señor de esta casa me llevó a conocerlo durante nuestra luna de miel y la verdad lo deja a uno con la boca abierta.
Lo que más me impresionó no fue nada más la obra como tal, con el mausoleo, la mezquita y unos jardines enormes, sino los detalles de sus paredes de mármol con flores y arabescos hechos con incrustaciones de mármoles de otros colores. Aquello no tiene comparación.
Pero además de muy impresionada, la petición que le hice al mi entonces recién estrenado marido fue que mejor me regalara lo que quisiera regalarme en vida, porque ya después…
Y continúo convencida de que es así. Tanto monumento y tanto homenaje póstumo sin sustento no tiene sentido. A quien uno vaya a querer, es mejor quererlo en vida, decírselo en vida, hacérselo sentir para que se aproveche mejor. Ya después es una justificación unilateral, pero no pasa de eso.
Recuerdo que en São Paulo el Padre Douglas me comentó que como sacerdote había oficiado muchos entierros y funerales y que en su experiencia los más afligidos lloraban por arrepentimiento, no por el difunto como tal. Vaya uno a saber.
Nada como sentir y más tarde recordar el cariño compartido. No desdibujado a conveniencia, sino realmente vivido. Es el que realmente cuenta.
En estos días en que el amor y los enamorados están de moda y que las vitrinas se vistieron de rojo con toda suerte de peluches y flores, vale la pena reflexionar un poco. No cuentan los lloriqueos póstumos.

Fue Directora Ejecutiva de la Fundación Andrés Mata de El Universal de Caracas, y Gerente del Centro de Documentación de TV Cultura de São Paulo. Es autora de varios libros y crónicas.
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