Mark Twain (1835-1910) tenía una posición muy firme en contra de las mentiras, y así lo reflejó en sus obras. Escribió además un texto titulado “Conspiración universal de la mentira de la afirmación silenciosa”.
Para él existían dos formas en las que las mentiras se podían manifestar: la primera, la más común, cuando por ejemplo tratamos de presentarle a otras personas algo malo como algo bueno. En la segunda forma, la que él denominaba “Afirmación silenciosa” y que consideraba más peligrosa, ya no se trataba de mentir a los demás sino a nosotros mismos, comenzando a vivir como si lo malo fuese bueno.
Muchas de sus célebres frases hacían alusión a las mentiras. Una de las más cortas, pero más directas fue: “Si dices la verdad, no tienes que recordar nada”.
Mark Twain no conocía de neurociencias, pero sus observaciones eran correctas. Ahora, la ciencia nos explica el daño que las mentiras infligen a nuestro cerebro.
Al decir una mentira el cuerpo libera cortisol, la hormona del estrés. Aparte de las reacciones en el cuerpo como: cambio en el ritmo cardíaco, dilatación de pupilas, sudoración, y enrojecimiento de la piel; en el cerebro, el mentir afecta algunas capacidades cognitivas como la memoria, la concentración…
Paradójicamente, en el momento de mentir se está realizando una mayor demanda de las capacidades cerebrales, se está tratando de recordar tanto la mentira como la verdad, inventando una historia, pensando en las diversas direcciones que podría tomar la conversación, analizando lo que se necesita decir para evitar que toda la mentira se desmorone.
Gran parte de ese trabajo cerebral se realiza en una región llamada corteza prefrontal, que es la que se ocupa de tareas como la planificación, la resolución de problemas, la concentración; por esto, se reduce la capacidad cognitiva para otras tareas. Mientras más grande y prolongada sea la mentira, mayor será ese agotamiento.
Así que… Si queremos una mejor salud mental evitemos mentir, y mucho menos hacerlo a nosotros mismos.