Mi encuentro con Garmendia,
por Victorino Muñoz

He conocido algunos escritores importantes de Venezuela, de los que aparecen en la historia de la literatura. A Garmendia me lo encontré en el pasillo de la feria del libro de Caracas, no recuerdo el año (pudo haber sido entre 1995 o 1997, quizás). En esa época la hacían en la zona rental de la Plaza Venezuela. Él me saludó, creyendo reconocerme. Yo, a falta de otro apelativo, le dije:

– ¿Cómo está, profesor?

Él se sintió con confianza para confesar su preocupación y su apuro:

– Bien. Chico, tengo que presentar ahorita este libro y no lo he leído. ¿Tú conoces a este autor?

Casualmente se trataba de uno de los amigos con los que iba a encontrarme esa noche allí en la feria, para tertuliar un poco: un joven narrador (joven para la fecha), que formaba parte de una generación que parecía estar emergiendo con fuerza en ese momento.

Lo cierto es que, alegrándose con mi respuesta, Garmendia me invitó un café para que le conversara un poco sobre novela y autor en cuestión. Y así nos dirigimos hacia los stands, al fondo de la feria, donde ofrecían bebidas y comidas. En uno de los pasillos vi a varios de mis amigos, quienes luego se burlaron de mí porque yo y que parecía el lazarillo del autor de Memorias de Altagracia.

En poco menos de quince minutos le conté a Garmendia todo lo que sabía del libro. Luego, viendo la hora, nos levantamos de la mesa. Él pagó. Nos fuimos al salón donde debía ser la presentación. Muchos decían que para esa fecha el autor de Los pequeños seres bebía mucho (lo que yo también creí, cuando al inicio me confundió con alguna otra persona); pero, después le escuché repetir, una a una, todas mis palabras, haciendo gala de una memoria que hubiera opacado a un personaje de Borges; e insertando además otros elementos que hicieron que diera una clase magistral de casi una hora.

El autor de Los habitantes, como se sabe, ya murió. No tengo testigos que avalen mis palabras. Claro, mis amigos me vieron hablando con él. Luego me reuní también con ellos. Pero no les dije en ese momento, porque quizás no me hubieran creído. Yo, hoy día, todavía no lo creo. Lo cuento a menudo. Y me parece advertir una llama de suspicacia en los ojos de quien me escucha. Quizás el único que me haya creído alguna vez fue Freddy Castillo (eso espero).

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