Yo estaba engolosinado con desarrollar mi incomprensión acerca de cómo era posible que la Humanidad siguiera cometiendo los mismos errores: creyendo en quien no merece su confianza, alabando a quienes tienen pies de barro, riéndole las gracias a los que no saben más que aprovecharse de ellos. A mi encendido verbo, Manolo solo dijo:
─ Te entiendo perfectamente, pero la explicación está a la vista – y siguió pendiente de mi discurso.
La verdad era que me estaba quedando sin discurso porque la falta de rebote del adversario, o sea de Manolo, empezaba a agotarme, pero no me pensaba dar por vencido y me metí con las guerras de las que nunca hemos prescindido, de los innumerables triunfos de los villanos, del fracaso por no haber encontrado una forma de gobierno que nos haga felices a todos.
─ ¿Por qué pasa eso? ─ exclamé con gesto de acorde final de tango.
Manolo había cambiado de posición. Reacomodado en su silla y, apoyando las manos en los posa brazos, se inclinaba levemente hacia adelante con la mirada fija en el cielo. Observé en la misma dirección, sin encontrar nada que me llamara la atención aparte de la suave despedida del ocaso. Manolo se levantó y dio dos pasos hacia adelante. Hacía gestos de asombro.
─ ¿Qué miras? ─ le pregunté, pero con un gesto, me pidió silencio.
Le imité y me contagié de su postura, pero seguía sin ver nada. Dos niños se acercaron y al vernos, también se pusieron a mirar. Quizás la madre de uno de ellos les copió y algunas otras personas también se sumaban y buscaban en el cielo lo que Manolo estaba viendo. El niño más pequeño estalló: “¡Mira…mira!” y con el dedo indicaba al otro una dirección. Los dos niños se la señalaron a la madre y muy pronto un rumor corrió entre todos tratando de retratar lo que estaban viendo. Por supuesto no todos estaban de acuerdo y rápidamente se armó el revuelo por decidir si era un satélite, un avión o un pájaro… o nada. Después de que el sol se ocultara, la discusión seguía encendida y Manolo había desaparecido.
Lo alcancé dos calles más abajo mientras caminaba silbando tranquilamente.
─ ¿Qué mirabas? ─ Le pregunté cortándole el paso.
─ ¿Yo?… solo disfrutaba del atardecer. Y si tú hablaras menos y observaras más habrías encontrado la respuesta a tu pregunta… Hace falta muy poco para engañarnos.
Al día siguiente, en muchas redes sociales se hablaba de OVNIS.