Gente que Cuenta

Oído absoluto,
por José Manuel Peláez

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Escenario de Helmut Jürgens para la presentación de Carmina Burana en Munich, 1959
Fuente: https://pt.wikipedia.org/wiki/Carmina_Burana_(Orff)

A la salida de la sala de conciertos, yo no podía dejar de tararear la más que conocida melodía de Fortuna Imperatrix Mundi de Carmina Burana. Yo cabalgaba con los caballeros de Excalibur en busca del Santo Grial, pero, sobre todo, aturdía a Manolo que varias veces me pidió, sin éxito, que cambiara la pista.

Mi exaltación continuó en la barra de un bar cercano en el que seguí atormentando a mi amigo explicándole cómo esa música no me permitía callarme. En un momento, me di cuenta de que Manolo ya no me escuchaba y supuse que estaba refugiado en los recovecos de su mente para ignorar mi excesivo entusiasmo. Pero la verdad era otra.

Manolo se había acercado disimuladamente a un grupo donde un hombre alto de lentes montados al aire les decía algo a dos muchachas y a un muchacho que lo miraban con gesto reverencial. Resentí que Manolo prefiriera escuchar a un desconocido y traté de llamar su atención sobre su actitud indiscreta, pero él, con un leve gesto de la mano, me detuvo y siguió concentrado en su espionaje.

Cuando el hombre y los muchachos se fueron, Manolo pidió otra ronda y yo le pedí explicaciones.

Aparentemente, el hombre poseía “oído absoluto”, una rara característica de ciertas personas que les permite reconocer cada sonido con la precisión de un diapasón. Sin embargo, eso no les convierte en músicos, solo son como instrumentos capaces de detectar cualquier falla. Los jóvenes estaban asombrados de que alguien tuviera esa cualidad.

─ Bueno ─ acepté ─. Debe ser algo fabuloso.

─ No lo creo ─ se apresuró a contradecirme Manolo ─. Mientras tú hoy has disfrutado de la emoción musical y sigues viviendo esa melodía, ese señor se dio cuenta de que el fagot se equivocó dos veces y que uno de los violines estaba desafinado. Lo que para ti fue un regocijo, para él fue una tortura.

Manolo llevó el asunto mucho más allá y sacó a colación las palabras de Erasmo de Rotterdam, según las cuales, aceptar las imperfecciones propias y ajenas es el secreto de la felicidad.

─ Es inevitable que nos equivoquemos ─ continuó─ y no se trata de aceptar los errores como una fatalidad sin intentar evitarlos… Se trata de ser humildes y gozar de la música, aunque el señor del fagot se equivoque o un violín esté desafinado.

Animado por las palabras de Manolo, retomé el tarareo de Fortuna Imperatrix Mundi, esperando que mi amigo fuera compasivo con mis errores.

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José Manuel Peláez
Profesor universitario de Literatura del Renacimiento y Teatro Contemporáneo. Escritor de ficción para cine, televisión y literatura, especialmente policial. Sus novelas “Por poco lo logro” y “Serpientes en el jardín” se consiguen en Amazon. Ha creado y dirigido Diplomados de Literatura Creativa y de Guion audiovisual en la Universidad Metropolitana de Caracas. Actualmente mantiene un programa de cursos virtuales relacionados siempre con la Narrativa en todas sus formas.
josemanuel.pelaez@gmail.com

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