Hace algo más de un mes fui a una charla sobre La evolución de las ideas en la Fundación Ramón Areces, en Madrid. La charla lucía prometedora. Intervenían dos importantes intelectuales de la España actual: Fernando Savater y Andrés Trapiello. El evento, sin embargo, resultó decepcionante. El discurso de los dos oradores fue superficial y sólo enfocó la importancia de la flexibilidad para el cambio de ideas y cómo el apego a una sola idea implica cortedad de mente. Yo esperaba mucho más, un recuento multifocal de los principales cambios que marcan la evolución del ser humano y de la consciencia, las distintas maneras de ver el mundo que distinguen, por ejemplo, al hombre del siglo XXI de el del siglo XX. Dedicaré, por ello, este y los próximos escritos a breves comentarios sobre formas de vivir que hoy lucen absolutamente normales pero que demarcan una clara transformación del ser humano.
Un aspecto importante de rápida evolución es la concepción del espacio de la casa y la salubridad en el hogar. En su libro La celda de Próspero sobre la vida en Corfú, Lawrence Durrell anota en 1937: “Hay una excentricidad inglesa observada por los indígenas: la demanda inglesa de casas con retretes. Una casa inglesa en la isla ha llegado a ser una casa con retrete; y el dueño de tal casa ha de cobrar casi el doble de alquiler por tan notable innovación. Los cuartos de baño son aún más raros, y se los considera un artefacto peligroso y más bien satánico. Para los campesinos un baño es algo que a veces se ve obligado uno a tomar por orden del doctor”. Un viejo campesino al que un amigo de Durrell mostró un baño se persignó al verlo y dijo: “Ruego a Dios, mi Señor, que nunca lo necesite.”
Yo recuerdo que en mis primeros viajes a Europa era habitual que en los hoteles el baño estuviese en el corredor. Hasta las casas de lujo compartían un solo baño. La novedad americana de una habitación con baño solo empezó a extenderse a partir de los años de 1960 y hoy en día el área de aseo de las casas es la superficie que más ha crecido proporcionalmente en la repartición del espacio en arquitectura. La implicación de este cambio es enorme. No solo en cuanto a salubridad e higiene, sino en cuanto a la percepción de la intimidad, reflejo de sí o relevancia del sentido del olfato. Es una de las pequeñas transformaciones que nos hacen seres distintos de los del pasado.