Fue una experiencia políglota.
Como si de pronto pudiese entender y comunicarme en varias lenguas.
Parafraseando a mi esposo, yo domino tres idiomas, español, inglés y tonterías (rubbish decía él) pero la experiencia de este evento en particular al cual asistí el domingo fue mucho más allá.
Mientras me paseaba por el recinto colmado de personas, reflexioné sobre ese poder multi-lingüístico del espíritu humano.
Ciertamente Canadá es una Torre de Babel, donde uno escucha a su alrededor multitud de lenguas foráneas, chino, hindi, farsi, árabe, ruso, aparte de los idiomas oficiales inglés y francés. Expresión de la maravillosa diversidad de este país.
Pero esta vez me refiero a otra forma de comunicación.
Aquella tarde asistí a un mercado de arte.
Artistas de todas nuestras provincias se dieron cita en el centro de nuestra ciudad.
Allí pude admirar en todo su esplendor la tesitura de sus voces.
El escultor me habló en palabras de bronce.
El alfarero me contó historias de barro, un búho de cerámica color naranja me cautivó. El orfebre me sedujo con un complicado vocablo de filigranas de oro, plata y bronce.
Mas allá, del lado gastronómico, el canto del chocolate artesanal deleitó mis papilas y el grito de una muestra de picante hecho con jalapeños me dejó sin aliento.
En fin, una experiencia colorida y tridimensional hecha de multitud de materiales, sabores y tejidos.
Es el idioma más universal que existe, ese que comunica sin necesidad de entenderlo.
El lenguaje de la creación.
Una sublime obsesión, la más parecida a estar enamorado.
El creador (y creo que todos lo somos), como el enamorado, no duerme, come, camina, respira por el ser amado: su obra, su amor.
Disfruté mucho compartiendo con nuestros artistas locales en sus múltiples y sensoriales lenguas.
En mi caso, estas humildes líneas con las cuales me expreso cada semana son parte de esa experiencia plurilingüe.
Mi particular manera de estar enamorada.