
G. Baden/Corbis via Getty Images
Fuente: https://www.livescience.com/
En una ocasión escribí una nota donde hablaba sobre las películas en que se plantea como asunto central la destrucción del mundo, de la humanidad o de la civilización humana, que no son la misma cosa, como no es difícil suponer.
En la misma mencionaba las formas en que esto podría ocurrir: catástrofe natural, ya sea un evento terrestre (terremoto, volcanes) o del espacio exterior (cometas, supernovas); también podría ser una invasión alienígena, rebelión de otros seres del planeta, epidemias, una súper inteligencia informática (esta opción parece estar acercándose cada día más)…
Lo que no señalé en ese momento (falta de espacio o tal vez de imaginación), fue la razón por la cual los seres humanos especulamos sobre este posible apocalipsis, o por la cual nos sentimos interesados en ver y leer las producciones que giran en torno al tema, sea en la literatura o en el cine.
Tengo para mí que esta fascinación responde a un deseo oculto de que en efecto ocurra; un deseo alimentado por la convicción, no siempre tan evidente para todos, de que hay algo retorcido en este mundo que hemos construido, un mundo donde a veces parece que triunfa el mal, donde las leyes no protegen al débil del fuerte sino viceversa, donde la justicia lleva el “in” por delante la mayoría de las veces, y un largo etcétera.
Tal vez también estamos convencidos de que un cambio deseable (mundo justo, igualdad, respeto, equilibrio medioambiental) no ocurriría como parte de un proceso natural, esto es, por consenso en la sociedad; sino que tiene que suceder alguna de las cosas que mencionamos antes.
Dicho de otro modo, creemos que este mundo loco no se va a arreglar solo, sino que es mejor acabarlo para volver a hacerlo, y de una mejor manera. Esto suena razonable, toda vez que a menudo resulta más rentable derribar un edificio viejo y volver a construirlo, que andar reparándolo por todos lados.
Sin embargo, en las mismas obras de ficción postapocalípticas, los mundos posibles que se muestran como resultado son cualquier cosa, menos una utopía maravillosa. Por el contrario, son escenarios de pesadillas, donde los seres humanos sufren más que antes, sometidos por máquinas, simios, zombies o cosas peores.
Pienso que tal vez esta manía de presentar el mundo nuevo como algo no tan bueno sea otro argumento más de los grandes poderes de allá arriba (que uno sabe que existen, sin necesidad de ponerse conspiranoico). Así seguiremos creyendo que esta es la mejor de las vidas posibles, como decía el Pangloss de Voltaire; y por tanto, dejaremos de desear un cambio. Digo yo.

valenciano, autor de “Olímpicos e integrados”, ganador del Concurso de Narrativa Salvador Garmendia del año 2012 y “Página Roja”, publicado en la colección Orlando Araujo en el año 2017.
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Foto Geczain Tovar