
Imagen generada por IA
El escenario estaba vacío. En un auditorio elegante, con cómodas butacas y alfombras en tonos grises, diseñado para albergar a 300 personas, no había nadie más. Él, sentado al borde de la tarima, vestía un impecable traje beige, con una corbata de matices verdosos que combinaba con la camisa verde apagado. Sus piernas colgaban relajadamente, calzadas con unos zapatos color hueso de excelente calidad. Comprar ropa y vestirse bien era como una obsesión.
Mientras contemplaba el silencio del salón, su mente viajó al pasado. Contrastó ese espacio sobrio con la imagen viva de la tierra árida y salada que se extendía frente a la humilde vivienda de su infancia. Piso de tierra, paredes de barro y techo de palma de coco: precario, pero hogar al fin.
También evocó su atuendo actual frente a los pantalones remendados que usaba de niño, aquellos que no querían más costuras pero que debía vestir para ir a la escuela. Recordó una discusión con su abuela, en la que su tío intervino con múltiples argumentos, aunque solo uno pesaba: no había otra opción. Sus alpargatas eran de hilo pabilo montado sobre caucho reciclado; las de cuero eran un lujo inalcanzable.
Afuera, en el estacionamiento de una prestigiosa universidad extranjera, lo esperaba un coche moderno, de líneas elegantes y gran confort. Había venido a dictar una conferencia sobre resiliencia y superación. Prepararla no le costó mucho: bastó con repasar algunos textos y volver a recorrer su propia historia. El público estaba fascinado.
Abandonado por sus padres y criado por abuelos y tíos en condiciones de extrema pobreza, ellos hicieron todo lo posible para enviarlo a la escuela, apoyarlo en cada paso hasta llegar a la universidad. Ahora era profesor.
A los organizadores les llamó la atención que, una vez concluida su charla, luego de conversar con los asistentes y cuando el auditorio ya se vaciaba bajo la supervisión de los vigilantes, él regresara a la tarima. Se sentó en silencio, contemplando el espacio vacío. Aún escuchaba el eco de los aplausos y evocaba los rostros de satisfacción del público.
Recordó sus orígenes, lo que había dejado atrás y lo que había alcanzado. La primera imagen que se le vino a la mente fue la de su abuela, sentada en una silla por no poder caminar, lavando y planchando sus escasos vestidos. Entonces, el corazón se le encogió́ y los ojos se le llenaron de lágrimas.

Médico psiquiatra clínico, profesor universitario jubilado en Venezuela y activo en Perú, casado, con seis hijos y seis nietos. Soy un viejo feliz
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