Soy tu espejo, por Alfredo Behrens

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   Hablando de Carnaval, hace un par de años disfruté viendo una máscara veneciana hecha por la artista portuguesa Joana Vasconcelos. La máscara tendría unos cuatro metros de largo por unos dos metros de alto.

La obra estaba formada por decenas de pequeños espejos fijados para seguir la forma de la máscara. Como tenía la forma ondulada de las máscaras venecianas, y los espejos eran planos, ellos seguían un tanto mal la forma de la máscara, y por lo tanto reflejaban imágenes no solo truncadas, sino también en diferentes ángulos.

Además, la máscara de Joana tenía espejos en ambos lados. Por delante, es decir, para los que miran la máscara, y por detrás, como sería para los que se tapan el rostro con ella.

Quizá lo más curioso fue el efecto que tenía en los visitantes, pues si bien el propósito de una máscara es interferir en la percepción de lo que el otro tiene de nosotros, también terminábamos enfrentándonos a decenas de imágenes de nosotros mismos al tratar de ver a través de ella. En definitiva, la máscara de Joana planteaba la siguiente pregunta: ¿a quién intentaríamos engañar escondiéndonos tras una máscara?

Vengo de Uruguay, donde también en Carnaval la gente se cubre la cara con máscaras, no sé con qué propósito, pero se me ocurre uno: en Uruguay, cuando engañan a alguien dicen que “le vieron la cara”. Es decir, el sinvergüenza habría visto en esa persona el rostro de alguien de quien se podía aprovechar en su perjuicio. En definitiva, el dicho sugiere que los uruguayos harían bien en ir por ahí escondiendo el rostro para no perder en la rueda de la vida. Solo en Carnaval, escondidos tras máscaras, los uruguayos podían ver a los otros de frente sin arriesgarse a perder. Es decir, si no llevarían una máscara como la de Joana. Porque si llevaran una de estas, verían su propia imagen, corriendo el riesgo de sacar provecho de sí mismos.

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