Hoy 24 de noviembre se celebra el Día Mundial de la Evolución y ya les cuento el porqué.
Ese día, en 1859, Charles Darwin le «movió el piso» a la ciencia y a la religión al publicar «El origen de las especies».
¿Se había atrevido ese inglés barbudo a decir que el hombre no era obra directa de Dios, sino el resultado de millones de años de ajustes de la naturaleza? «La selección natural», le llamó, y aunque no fue el primero en sugerir que veníamos de los simios, fue quien se atrevió a publicar las pruebas.
Claro, aquello era una herejía… A mediados del siglo XIX, el pensamiento dominante seguía atado al Génesis, pero Darwin marcó un antes y un después. Su libro no era un simple tratado científico; era un duelo entre razón y superstición, un golpe al antropocentrismo.
Avanzamos unos cuantos años y llegamos al segundo hito que celebra este día.
El 24 de noviembre de 1974 (muchos de nosotros ya habíamos nacido), Donald Johanson, un arqueólogo con suerte y paciencia, tropezó con un esqueleto que cambiaría nuestra perspectiva sobre el pasado. En las áridas tierras de Etiopía, apareció Lucy, un australopiteco de tres millones y pico de años.
Un metro de altura, huesos ligeros como ramas secas y una capacidad craneal que no daba para mucho. Pero ¡ah!, Lucy caminaba erguida. En esa simple postura residía la prueba de que nuestros ancestros empezaron a enderezarse mucho antes de lo que pensábamos.
Lucy debe su nombre a los Beatles, porque mientras examinaban los huesos, el equipo de Johanson escuchaba «Lucy in the Sky with Diamonds». Una ironía cósmica, si pensamos que esos restos iban a devolvernos al cielo del conocimiento.
Y aquí estamos, en pleno siglo XXI, debatiendo si la evolución es real, como si los huesos de Lucy o las páginas de Darwin no fueran suficientes.
Y hacemos chistes de ello, como el del niño que dice a su madre:
-Mamá, mi papá dice que descendemos de los monos…
-¡Eso será la familia de tu padre!
Lo cierto es que seguimos siendo animales testarudos, inclinados a defender nuestras creencias como verdades absolutas. Mientras, la evolución continúa su curso, lento pero implacable, recordándonos que no somos más que otro eslabón en la cadena de la vida.
Brindemos hoy con café o con lo que quieran por Darwin, por Lucy y, sobre todo, por la verdad de que somos lo que somos gracias a millones de años de errores, aciertos y caminatas torpes en dos patas.