Te cuento que…
por Suzan Matteo

Nació un día como hoy, el 18 de mayo, en el año 1791, en Paraguaná, tierra seca, de viento duro y carácter fuerte. Justo como ella. Como su nombre: Josefa Venancia de la Encarnación Camejo Talavera.

A Josefa Camejo no le temblaba el pulso. Tampoco la lengua. Era de esas mujeres que, en pleno siglo XIX, sabían leer, escribir y pensar. Ojo, que no es poca cosa si se toma en cuenta que la mayoría de las de su época solo sabían bordar y callar.

En Caracas, a donde la mandaron a estudiar, le dio por juntarse con los patriotas, conspirar en salones y citar a Rousseau. No fue una simple espectadora: se convirtió en una activista apasionada, participando en reuniones clandestinas y utilizando su posición social para influir en otras mujeres y movilizar apoyo a la causa.

Cuando en 1811 se proclamó la Primera República, Josefa ya estaba lista. No necesitó permiso de marido ni bendición de cura. Agarró papel, pluma y se dirigió al Cabildo de Mérida: «Si los hombres no se deciden a defender la patria, nosotras tomaremos las armas».

Así mismo.

Y lo hizo.

En 1821, ya casada y con dos hijos, lideró la toma de Coro, que todavía era territorio realista. Organizó patriotas, levantó la moral del pueblo y le entregó la plaza a la causa republicana. Ese acto no solo la colocó entre las figuras destacadas de la gesta emancipadora, sino que la convirtió en la única mujer venezolana con mando político-militar reconocido durante la guerra.

Tenía fama de terca. No toleraba a los cobardes, ni a los acomodaticios que cambiaban de bando según soplara el viento. La historia no le hizo justicia por mucho tiempo, como suele pasar cuando la protagonista lleva falda. Tuvieron que pasar dos siglos para que la llevaran al Panteón Nacional, donde descansan los héroes. Y ahí está, desde 2010, como debe ser.

Sin desmerecer a otras grandes americanas como Juana Azurduy o Manuelita Sáenz, debemos saber que Josefa Camejo fue la nuestra.

Y no fue amante de nadie. ¡Solo de la patria!

de la misma autora