Leí el otro día en Instagram un diálogo que era algo así como:
– ¿me echas de menos?
– la verdad no, pero, cualquier cosa, te aviso.
Y es más o menos eso. Si no hay flechazo, ni que hagas lo que hagas, y, al contrario, si hay flechazo tampoco importa lo que hagas. El flechazo sigue impertérrito.
Eso ha sido así desde que el mundo existe, pero todavía hay quien no se ha dado cuenta y al preguntar no hace otra cosa que poner en evidencia que aquello no es sólido.
Reclamaba una amiga que el tipo era lo máximo, pero muy distante.
Buenmozo, inteligente, simpático, buen profesional y la lista seguía, pero la única piedra: no había flechazo, que es esa cosa tan fácil de reconocer y tan difícil de explicar…
Entonces nada, no “pinta clima” como dicen los brasileños.
Estoy en el Metro y vienen dos personas conversando. Lindos los dos. En una estación ella se levanta. Toda vestida de negro, se revela dueña de un cuerpazo, que desaparece a medida que se pone el abrigo. El tipo se despide sin mucho entusiasmo y a renglón seguido se mete de un todo en la pantalla de su celular. 0 x 0, en otras palabras.
A los flechazos no los venden en la farmacia, ni en las redes sociales, ni en los sites de los chinos, siempre tan baratos. No tienen fórmula ni manera de arreglarlos o echarlos a perder, pero, eso sí, después no te lo sacas, volviendo a los brasileños, ni con reza brava.
Yo desde hace mucho tiempo no pensaba en este asunto, por aquello de que en mi día a día hay un solo flechazo que me une al señor de mi casa y punto final, pero se me antojó escribir sobre este asunto a partir del post en Instagram…, y eso que no es ni día de los enamorados, ni nada parecido, pero sí recuerdo alguna vez, tímida, haber hecho esa pregunta y, otras veces, pesando en otra cosa, haber dado esa repuesta. Somos así…