Gente que Cuenta

Un querubín farsante, por Álvaro Ríos

Jan Brueghel the Elder Atril press
Jan Brueghel el Viejo (1568-1625)
Adorno de flores, frutas y querubines (detalle)

 

Rafita murió el día de ayer. Fue un amigo que vivió pobre y solo, siempre a la espera de una promesa que nunca se cumplió.

Aquella noche, Rafita llegó a casa hecho trizas. Cuando entró, advirtió la presencia de un hombre que reposaba en el sofá.

—Usted, ¿quién es?, ¿cómo entró? —quiso saber.

—Un amigo, he venido para ayudarlo…

—¿Cuánto tiempo lleva aquí? —preguntó atónito al darse cuenta de que el hombre, gordo como un cerdo de granja, yacía tumbado completamente desnudo.

—No sé, dos, tres, cuatro horas, ¿qué importa? —respondió—. Debo hablar con usted, y no puedo esperar hasta mañana, de lo contrario, te quedarás solo el resto de tu vida.

—¿Solo? ¿Cómo sabes que estoy solo?

—¿Has visto lo que tengo en la espalda?

Rafita miró el lomo del intruso y entonces observó algo así como unas aletas, de tiburón de laguna, quizás…

—¿Te refieres a esas cosas? Parecen aletas, macilentas, por cierto.

—¡Son alas! ¡Tarado! ¡A – las! —respondió un tanto irritado—. Estás hablando con Cupido, el mismísimo Dios del amor. ¿Si captas?

—Cu, ¿qué?

—Pido.

—¿Qué deseas?

—¿Qué deseo de qué?

—Dijiste pido, de pedir, ¿no?

—Vaya tarado este, ¡caray! A ver, volvamos a empezar: mi nombre es Cupido y he venido a darte una mano: tengo una novia para ti.

—A mí se me hace que el tarado es otro —dijo—, he estado solo durante años. Desde que mamá murió ya nadie se me acerca. Dudo mucho que una chica quiera algo conmigo.

—¿Ves ese instrumento de allá?

—¿Un arco? ¿De dónde rayos salió?

—Qué tarado este hombre, ¡Dios! Es mío, es mi herramienta de trabajo. Lucía, la chica elegida, ya fue flechada. Dentro de poco será tuya. Lo prometo.

—¿Lucía? Lindo nombre. Bienvenidas tus buenas intenciones. Sin embargo, creo que has tomado demasiado. Dime, sinceramente, ¿qué es lo que deseas?

—Ahora que lo mencionas, me encantaría un bocadillo, un whisky, y, si acaso te sobra, un cigarrito.

Rafita le sirvió unas lonjas de jamón, una porción generosa de pan siciliano y un trago de mezcal, que era lo único que tenía. Cuando el querubín arrasó con el tentempié, le ofreció un cigarro que él mismo encendió.

Al rato, cuando acabó de fumar, hizo una solicitud:

—Ahora haga el favor de traer un almohadón, si no es mucha molestia, me quedaré a dormir aquí. Me iré al amanecer. ¡Y cierre esa ventana! Hace un frío de locos…

Rafita obedeció, entendiendo a su vez que todo Dios es un tirano, sobre todo si se trata de asuntos amorosos.

Rafita se levantó antes del amanecer. Cuando arribó a la sala, el diosecillo, que más bien parecía un diocesote —apenas pasaba por el marco de la puerta—, había tomado su arco y ya se disponía a dejar el lugar.

—Oiga —le dijo Rafita— ¿cómo puedo localizarlo luego?

—No será necesario —dijo con una sonrisa perspicaz—, ella y usted han sido traspasados. Solo queda esperar…

Rafita quedó pasmado, sin entender qué quiso decir.

Como decía al principio, el amigo murió el día de ayer.
En cuanto a Lucía, jamás se supo nada de ella.

Nada de nada.

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Álvaro Ríos. Maracay, Estado Aragua, Venezuela, 1965. Vive actualmente en Barquisimeto, Estado Lara. Es Ingeniero Electricista, Profesor Universitario y Escritor de cuentos, poesía y ensayo. Es autor de los libros “Sendero de Sombras” (poesía), “Efimerario” (brevedades), “Dilemas en el aire” (poesía) y “Criaturas Mínimas” (cuento). Ha sido colaborador de los diarios “El Impulso” y “Diario de Lara” en la ciudad de Barquisimeto. Algunos de sus cuentos han sido publicados en el portal “Letralia”.
alv_rios@yahoo.es

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