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Álvaro Ríos

Un querubín farsante, por Álvaro Ríos
155a, Álvaro Ríos

Un querubín farsante, por Álvaro Ríos

 Rafita murió el día de ayer. Fue un amigo que vivió pobre y solo, siempre a la espera de una promesa que nunca se cumplió.Aquella noche, Rafita llegó a casa hecho trizas. Cuando entró, advirtió la presencia de un hombre que reposaba en el sofá.—Usted, ¿quién es?, ¿cómo entró? —quiso saber.—Un amigo, he venido para ayudarlo…—¿Cuánto tiempo lleva aquí? —preguntó atónito al darse cuenta de que el hombre, gordo como un cerdo de granja, yacía tumbado completamente desnudo.—No sé, dos, tres, cuatro horas, ¿qué importa? —respondió—. Debo hablar con usted, y no puedo esperar hasta mañana, de lo contrario, te quedarás solo el resto de tu vida.—¿Solo? ¿Cómo sabes que estoy solo?—¿Has visto lo que tengo en la espalda?Rafita miró el lomo del intruso y entonces observó algo así como unas aletas, de ti...
Presentación de libro,<br/> por Álvaro Ríos
152c, Álvaro Ríos

Presentación de libro,
por Álvaro Ríos

Por cosas del destino, suerte tal vez, me encontraba en Madrid. Mi tía, que se negó a viajar sola, tenía que venir a ver a su hija. Mi prima había tenido un bebé y tía debía quedarse unos días para ayudar en todo lo que se ofreciera, pues el valenciano, su esposo, trabajaba día y noche en un sitio remoto, una base petrolera en el fin del mundo, o algo así…Cuando llegamos a Madrid, tomamos un tren a Valencia, la dejé allá y me regresé a la capital. La idea era visitar las librerías y asistir a las presentaciones de libros que hubiera por esos días.Al principio el asunto resultó un fastidio, además, no había llevado suficientes euros más allá de lo que se requería para el hotel y el puchero.Un día, mientras revisaba una hilera de títulos en la Casa del Libro, escuché cuando una muchacha le c...
La poesía duele, por Álvaro Ríos
145a, Álvaro Ríos

La poesía duele, por Álvaro Ríos

 Definitivamente la culpa reposa en los hombros del poeta Rossitto. Todo comenzó aquella mañana cuando lo conocí. Fue durante una reunión de trabajo en la que se trató un asunto que ya olvidé… Lo que sí recuerdo es que en aquella época yo sabía de poesía lo que mi abuela de física cuántica. Hoy en día no es que sepa mucho, pero gracias a él sé un poco… Incluso hasta he llegado a creerme poeta. Y, por andar en esas, puedo asegurar que la poesía duele. ¿No me creen? Continúen leyendo y verán: Luego de leer a tantos poetas, algo como que se pega… Un día leí un anuncio en La Prensa de Lara. La nota invitaba a los poetas del país a participar en un concurso auspiciado por la alcaldía de Guarolandia. El premio consistía en 200 dólares; además, el ganador debía leer su poema...
Ser como Supermán, por Álvaro Ríos
142b, Álvaro Ríos

Ser como Supermán, por Álvaro Ríos

Aquel día llegué temprano a casa. El jefe andaba de celebración por su cumpleaños y por una vez en su vida reconoció lo brutal que había sido la semana, de modo que nos dio la tarde libre. Soñaba con una ducha, descansar un rato, y luego, por la noche, disfrutar de un arroz cantonés con pollo agridulce para acompañar la serie de Netflix que está buenísima… Mientras ordenaba los cojines y despejaba el salón, alguien llamó a la puerta. Me resultó extraño, pocas veces recibo visitas, y menos a esas horas de un día viernes; sin embargo, abrí. Una atrayente y curvilínea figura ataviada en un traje muy ceñido me regaló una sonrisa: —Disculpe usted, ¿me permite entrar? Quiero mostrarle una solución ingeniosa para dar sitio a todo aquello que anda por allí desperdigado. Sin pens...
El gallo húngaro, por Álvaro Ríos
139a, Álvaro Ríos

El gallo húngaro, por Álvaro Ríos

 Aquella tarde llegamos a casa de Mila para la celebración de fin de año. Con la cordialidad de siempre nos hizo pasar. El pasillo de la entrada lucía adornado de pinturas muy llamativas. Más allá, unas escaleras dejan al descubierto una pared dedicada a The Beatles, un espacio sagrado con imágenes de las diversas etapas de los chicos de Liverpool. Finalmente, el lugar se ensancha para dar paso a una sala amplia, cómoda y ventilada. En vez de ir a reclinarme en uno de los asientos permanecí de pie por un rato: un gallo de madera miraba la sala desde la parte alta de un estante. Me pareció tan real que me detuve a mirarlo por un costado. Los colores parecían brotar de su cuerpo hasta envolver a todo aquel que lo observara. Medía unos cuarenta centímetros de alto y representaba, con todo...
Timidez tardía, por Álvaro Ríos
129a, Álvaro Ríos

Timidez tardía, por Álvaro Ríos

 ¿Qué hago aquí? ¡Vaya pregunta! Si alguien me ve pensaría que soy un malhechor. Muy lejos de eso. Solo queda expresar que valerse de la noche para ingresar al patio de una casa que no es la nuestra es una necedad. Pero créanme, queridos lectores, tengo una justificación: Tal vez quiero evitar el qué dirán, o simplemente me mata la timidez. Aquí vive Dayana, la esposa de un amigo que murió hace diez años. Algunas veces los visité. Andrés solía invitarme un whisky los fines de semana. En aquel tiempo, Elizabeth, mi esposa, nos acompañaba. Pero lamentablemente ella se fue seis meses después que Andrés. Desde entonces Dayana y yo hemos estado solos, demasiado solos, diría. Pero eso cambió el día de ayer. Verán: Por la tarde, antes de oscurecer, me asomé a la ventana. ...
Otro día en la oficina, por Álvaro Ríos
127b, Álvaro Ríos

Otro día en la oficina, por Álvaro Ríos

Gonzalito bajó la mirada para cambiar la radio de estación. Al levantar la vista fue cuando las vio: era una mujer alta ataviada en una pañoleta y lentes de sol que acompañaba a una señora entrada en años. Detuvo el auto y enseguida abordaron. —A los altos de Santa Elena, le pagaré muy bien —expresó la mujer. Aquella voz le pareció conocida; sin embargo, se limitó a mirar por el retrovisor: la mujer ayudaba a la otra a limpiarse algo en la boca. —Descuida, llegaremos pronto —le hizo saber. Cuando el auto se desplazaba por la avenida Lara, casi a la altura del Tiuna, la mujer murmuró: —En el semáforo cruce a la izquierda y avance hasta el final. Un instante después, la dama mayor comenzó a jadear, como si le faltara el aire. —Por esa entrada a la derecha, por fav...
Una leve equivocación,<br/> por Álvaro Ríos
112c, Álvaro Ríos

Una leve equivocación,
por Álvaro Ríos

Arriba aún era de día. Abajo, la noche envolvía al pueblo en un manto colmado de rocío. Elena y yo seguíamos disfrutando del vuelo en globo cuando de repente la llama se apagó. De allí en adelante una fuerza desconocida nos hizo descender sin control. Y mientras el globo caía, escuchamos el murmullo del viento que se hizo cargo de las riendas del aparato. Hubo un instante cuando el brillo de la tarde acabó y nuestros cuerpos, mezclados en un abrazo infinito, vibraron a causa de una sospecha que rápidamente se transformó en noche y miedo. De pronto el globo dio un giro al chocar contra las ramas de un árbol. En aquel instante, el abrazo se deshizo y yo salí disparado fuera del cajón. Antes de aterrizar sobre un pasto empapado de lamentos, vi pasar cientos de ramas: unas inten...
Un monólogo con mi drugo, por Álvaro Ríos
107a, Álvaro Ríos

Un monólogo con mi drugo, por Álvaro Ríos

Mi amigo el Tarro habla más que un loro agarrado por el rabo. Cuando se arranca no hay quién lo detenga. Hace poco me enteré que en una visita al odontólogo le ocurrió un accidente. Resulta que al profesional de los molares se le fue la mano con la anestesia, de modo que más tarde, cuando salió de la consulta, en una de esas habladeras se mordió la lengua: cinco puntos de sutura. Ahora permanece en casa, de reposo y sin poder hablar. Pensé entonces que era el momento de darle un poco de su propio chocolate. Esa tarde me aparecí en su casa y me arranqué: —Oye mi drugo, ¿sabes algo?, La Naranja Mecánica, aquella película que tanto disfrutamos a comienzos de los setenta, hace poco cumplió cincuenta años, ¿qué te parece?, una maravilla, cómo olvidar al Alex De Large (Malcolm McDowell...
Adiós Dua Lipa, por Álvaro Ríos
104a, Álvaro Ríos

Adiós Dua Lipa, por Álvaro Ríos

Hace unos días crucé la frontera del más allá.Desconozco los detalles de cómo fallecí. Aun así, debo señalar que no fue debido a una enfermedad o dolencia, pues siempre me sentí como un toro, sobre todo de esos que enganchan trajes de luces para luego lanzarlos al aire como si fueran luciérnagas.Antes del suceso recuerdo que iba muy contento manejando mi Mercedes por la Autopista Regional del Centro. Escuchaba “levitating” de Dua Lipa cuando a la altura de la encrucijada de Maracay sonó el celular. Me incliné para contestar y ya pueden ustedes imaginar lo que pasó…Los segundos inmediatos al evento son un misterio, quizá se hundieron en las arenas movedizas de mi memoria.Posteriormente recuerdo con claridad cuando me prepararon para el velorio. Me vistieron tan mal que parecía un muñeco de ...
Difuntos novatos, por Álvaro Ríos
101a, Álvaro Ríos

Difuntos novatos, por Álvaro Ríos

De la misma forma que la de Salvador, mi tía también decía que a los muertos no hay que tenerles miedo, y al contrario de lo que ocurría con él, yo la libraba del coscorrón: era lo bueno de ser bajito y escurridizo. Mi tía se la pasaba todo el día en un cuarto sombrío y poco ventilado dándole a una antigua máquina de coser. Y vaya usted a saber para quién cosía, pues jamás vi a nadie en casa trayendo o retirando alguna pieza de tela. En ella había algo raro, pero nunca supe qué era. Por eso yo entraba al cuarto a gatas y en silencio, y ya en el interior, notaba una especie de nube de polvo que surgía del fondo de su vestido hasta flotar a ras de sus rodillas. El cuarto era amplio; y sin embargo, lucía atiborrado. A los lados, unos planchones de madera soportaban montañas de ropa ...
La banda de los poetas, por Álvaro Ríos
61a, Álvaro Ríos

La banda de los poetas, por Álvaro Ríos

Hace poco, mientras leíamos unos versos de Bolaño, un amigo bogotano me susurró al oído:—Yo conocí a ese man.Según me contó, fue durante su paso por Caracas en ocasión de la entrega del premio Rómulo Gallegos. Bolaño le hizo saber que siempre tuvo un sueño: robar un banco junto a una banda de poetas; sin embargo, el chileno se fue de este mundo sin poder hacerlo realidad.—Pues yo sí pude hacerlo —confesé.—¿Me tomas el pelo?—Fue hace mucho, en el siglo pasado, por aquel entonces yo era un muchacho que escribía sonetos. En eso andaba cuando conocí al poeta J. Vallejo, un universitario quien ofreció enseñarme los secretos de la poesía. Así, de un día para otro, acabé formando parte de un grupo de poetas donde destacaban Bruñido y Miyagui. Además de J. Vallejo, el grupo lo completaba un joven ...