Dos cazadores hablan en su campamento:
“¿Qué harías si estuvieras en la selva y un jaguar se aparece de repente?
“Le dispararía.”
“¿Pero y si no tuvieras armas de fuego?”
“Bueno, entonces lo mataría con mi machete”.
“¿Y si estuvieras sin tu machete?”
“Buscaba un palo”.
“¿Y si no tuvieras un palo?”
“Me escaparía”.
“¿Y si estuvieras paralizado por el miedo?”
El otro, ya molesto, replica:
“Dime una cosa, ¿tú eres mi amigo o eres amigo del jaguar?”
El personaje “O amigo a onça”, creado por Pericles de Andrade, y publicado en la revista Cruzeiro entre 1943 a 1972, es sin duda una de las identidades más sólidas para quien nació o ha vivido en el Brasil.
El dibujo retrata el típico ser irónico, políticamente incorrecto, que disfruta haciendo quedar mal a todo el que se encuentra, y que por último no es capaz de la más mínima empatía.
Diríamos que no es simpático, pero en contradicción resulta divertido.
Si nos ponemos a ver, este personaje representa lo que muchas veces hemos querido decir o hacer y porque uno no puede decir o hacer todo lo que nos pasa por la cabeza, se queda de ese tamaño. Sin embargo, sus desafueros nos hacen gracia.
Esta semana, viendo una foto de mi casa de São Paulo, me di cuenta de que mi figura en madera del “amigo da onça” no vino en nuestra mudanza a Portugal. Se quedó en Brasil.
¿Se quedó en Brasil?
¡Claro que no!, como no se quedaron muchos de los íconos culturales verde amarillos: la ropa blanca para esperar el nuevo año, las historias de las escuelas de samba, el pan de queso, la prohibición de mezclar leche con mango, nuestra familia Kater, y por ahí sigue.
Nuestra memoria es definitivamente un disparate que todo lo mezcla y no se acuerda de qué fue primero, pero aun así es divertido recordar.
delgado.luli@gmail.com
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