Gente que Cuenta

Agua para navidad, por Álvaro Ríos

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“Un poco de cianuro si es tan amable…”

 La botica del pueblo es, desde siempre, una tienda pequeña donde reina la oscuridad y el misterio. La única ventana, cuyo marco alguna vez fue madera, se alza a la derecha de la puerta principal. El pasillo de entrada es ancho y acaba en un mostrador abatido por el tiempo.

Desde el centro del techo, un círculo de neón —de esos que se usaban en los años sesenta del siglo pasado—, irradiaba una breve luz que iluminó el rostro de un viejito que acababa de entrar y que, en vez de ir directo a la caja, se desvió hacia la izquierda donde un joven reposaba sentado en una silla de ruedas.

—¡Mire!, le escuché decir al muchacho que quiere un poco de agua.

La mujer de la caja, ya entrada en años y que se entretenía garabateando quién sabe qué en las hojas de una libretita, replicó:

—¿Cómo así? ¿Acaso bromea? Es mudo…

A continuación, reanudó sus trazos mientras el viejito volvió a mirar al chico de la silla de ruedas. Luego observó a la mujer y esta vez le hizo seña con el bastón e insistió:

—Pues parece que tiene mucha sed. Dele agua, por favor, aunque sólo sea un sorbo. Es navidad y se lo merece.

—¡Es mudo! —protestó la mujer—, jamás en su vida ha dicho una sola frase. Mejor dígame, ¿qué diablos desea?

—Un poco de cianuro si es tan amable.

—¡Qué bien! Ojalá sea para lo que estoy pensando, de esa manera dejará de interferir en asuntos ajenos…

La mujer, visiblemente molesta, se levantó de la banqueta, caminó hacia un costado, destapó un frasco, puso unos gramos del polvo en una bolsita y regresó al mostrador.

—Aquí tiene. Que le aproveche. ¡Buen viaje y vaya usted a jorobar a los personajes de la Divina Comedia!

El viejo tomó la bolsita, la guardó en el bolsillo de la camisa, le brindó una mueca fugaz, pagó, dio media vuelta y se retiró lentamente. La mujer se quedó pensativa mientras dejaba caer, una a una, las monedas en la caja registradora. Segundos después, se escuchó el chirrido de las ruedas de la silla y posteriormente un balbuceo:

—¿Me vas a dar agua sí o no?

La mujer se levantó de golpe y corrió desesperada hacia el joven.

—¡Rayos! —fue lo único que alcanzó a decir.

Bueno, en realidad dijo otra palabra, una grotesca e incluso apestosa, pero como yo no soy García Márquez ni tampoco tengo grado de coronel, su uso me ha sido negado.

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Álvaro Ríos. Maracay, Estado Aragua, Venezuela, 1965. Vive actualmente en Barquisimeto, Estado Lara. Es Ingeniero Electricista, Profesor Universitario y Escritor de cuentos, poesía y ensayo. Es autor de los libros “Sendero de Sombras” (poesía), “Efimerario” (brevedades), “Dilemas en el aire” (poesía) y “Criaturas Mínimas” (cuento). Ha sido colaborador de los diarios “El Impulso” y “Diario de Lara” en la ciudad de Barquisimeto. Algunos de sus cuentos han sido publicados en el portal “Letralia”.
alv_rios@yahoo.es

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