Apenas edad, por Alfredo Behrens

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Ando con un cayado. Me siento más seguro con él, piso más firme. Lo mismo podría ser con un bastón, pero un bastón me resulta deprimente. Me siento todavía joven como para andar con bastón. Algo como cuando perdí cabello. Fue tan temprano en mi vida que quedarme pelado no significaba más que el pelo me había dejado antes de tiempo. La decrepitud llegaría, pero todavía estaba lejos. No más.

Resulta que, buscando auxilio para un dolor de articulaciones, con el cayado llegué hasta dos personas, de esas que se dice que tienen edad. Eran un hombre y una mujer, pero hablaban entre sí de forma que no parecían pareja; ambos con las máscaras contra el COVID, a pesar de que la última ola hace tiempo que pasó y la nueva aún no ha llegado. Pero se veía que eran lo suficientemente viejos como para aun sentirse amenazados y por eso no se sacaban las máscaras. Les pregunté si habría por ahí una parada de ómnibus de alguna línea que me dejase cerca del hospital de la Prelada. Ella rápidamente me dijo que no. Él no demoró en preguntarme que si yo tenía piernas. Porque, agregó, al Prelada él iba a pie y pasó a explicarme el camino. Apuntando con su bastón señaló una casa rosada al final de la calle y dijo que ahí yo debería doblar a la derecha y que cuando llegase adonde una vez hubo la farmacia Guimarães, y lo dijo mirando a la señora que asintió – ahí yo debía bandear hacia la izquierda y caminar un buen trecho antes de preguntar. Terminó diciendo que a él, a sus 93 años, le demoraba media hora llegar al Prelada, que a mí tal vez me tomaría más. De paso, en el Prelada me dijeron que lo que yo tenía en las articulaciones  era edad y que para eso no había solución.

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