Por fin, después de más de treinta años de trabajar en mi profesión, en Caracas y Canadá, me ascendieron y logré mi posición soñada la cual vino con aumento de sueldo: Gerente General de Asuntos sin Importancia.
Esta meta hoy lograda, me la propuse hace más de veinte años, cuando en Caracas, en la empresa de ingeniería donde trabajaba, me tocó ser responsable de la minuta de una reunión con el cliente.
La líder de disciplina, Carmen, recuerdo, me enfatizó concienzudamente: anota todo, TODO, lo importante.
Tomé libreta y pluma, y afiné mi atención.
El tiempo pasaba, se discutía sobre las fundaciones, las tuberías, la excavación, el volumen de concreto y la verdad, nada me parecía particularmente importante.
Entonces, como suele sucederme, sucumbí a una de mis ensoñaciones.
En ese preciso instante comenzó lo que siempre me ha cautivado mucho más que los números y los gráficos de mi trabajo: la experiencia humana.
Me fijé en los ojos tristes de la Ingeniero Robles, ¿tendrá alguna pena?, pensé; también me pareció importante el rostro cansado del Ingeniero Gil, creo que necesita vacaciones; y ¿cómo no quedar cautivada por la voz grave y seductora del director de Control de Proyectos?
Esto último en verdad sí fue bastante importante, porque, no lo sabía entonces, pero aquel señor británico tan interesante iba a ser mi futuro esposo.
Al terminar la reunión, la minuta estaba en blanco.
Si no me botaron fue porque, bueno, al final mi memoria es una semi ficción, y probablemente borroneé algo en la libreta.
Creo que fue en esos tiempos cuando descubrí la importancia de las cosas “sin importancia”. Esas que hoy en día, si desaparecieran de mi vida, me dejarían sin universo.
En mis tiempos en la oficina, claro, era vital mantener mis horas facturables y productivas, de eso dependía mi cheque de quince y último.
Hoy en día, desde la Gerencia General de Asuntos sin Importancia, eso no ha cambiado mucho, lo que sí se alteró exponencialmente fue el concepto de productivo y facturable.
Productivas son mis horas plácidas y creativas, ésas que contribuyen a la tranquilidad de mi ánimo.
Facturable es todo lo que suma a mi abundancia interior.
Como la que me dejó aquel inglés de voz grave y seductora, cómplice de todas mis ensoñaciones.