Gente que Cuenta

Audaces,
por Getulio Bastardo

Andreas Achenbach Atril press
Andreas Achenbach,
Tormenta en el mar frente a la costa noruega, 1837

No habíamos cumplido diez años, la verdad éramos niños inocentes y voluntariosos si no, no hubiera ocurrido.
Orlando mi amigo era de la otra costa, de Punta Araya y sus padres tenían una pulpería en el lugar.

Nos conocimos en la escuela y éramos, como decía mi abuela, “uña y carne”. Nos gustaba ir a la playa a bañarnos y sacar chipichipis.
Un viernes me invitó Orlando a visitar a sus padres, pero antes había que comprar algunas cosas para el negocio de abarrotes que tenían allá.

El viaje tenía que ser por mar, en “tapaíto”, que son pequeñas embarcaciones medio cubiertas con un techo de lona.
Llegamos al muelle a abordar nuestro “tapaíto” al final de la tarde; nos tocó el último en salir, con el sol de poniente anaranjado de luz crepuscular tenue y el mar picado. Después de zarpar nos dirigimos al norte de nubes grises, cuando empezó una garúa y más tarde truenos.

El golfo siempre se pica en las tardes y a media travesía estaba realmente furioso, de olas altas que casi sobrepasan el “tapaíto”, que dejó de serlo para convertirse en un manare. Las gotas de lluvia entraban por debajo del techo impulsadas por viento y las aguas del mar por la borda. Así entramos a plena noche.

El timonel atacaba las olas de frente (de otra manera corríamos el peligro de que si nos embestía por babor o estribor podía hacer zozobrar la embarcación) otro marino y algunos pasajeros achicaban el bote; mi amigo y yo protegíamos nuestra mercancía.
La noche solo era alumbrada por los relámpagos y los truenos estremecían el alma de miedo. A lo lejos se alcanzaban a ver las amarillentas luces de nuestro destino, incierto por la tormenta, la oscuridad y las condiciones del viaje. En el bote no había chalecos salvavidas y cada vez que la lancha sorteaba una ola fuerte se elevaba de proa y se escuchaba al caer nuevamente sobre el mar un crujir de madera, ahogado por los gritos de los pasajeros, en su mayoría mujeres.

Estaba aterrado y en silencio.
Salvamos la travesía y llegamos a puerto ya bien entrada la noche.

El lugar no disponía de hotel, posada o algo parecido para descansar o dormir, ni transporte para trasladarnos a nuestra meta final, así que tuvimos que dormir en una ranchería de pescadores sobre la arena; recuerdo que mi almohada era una bolsa de caramelos y a mi lado, a quien me abracé para aliviar mi angustia y poder dormir, un saco de granos donde escondí mi llanto y desahogué mi susto.

Ninguna cama o almohada hasta ahora me ha sido tan placentera.

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Getulio Bastardo
Médico psiquiatra clínico, profesor universitario jubilado en Venezuela y activo en Perú, casado, con seis hijos y seis nietos. Soy un viejo feliz
getuliobastardo@yahoo.com.mx

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