“No hay nada más formal que la muerte” dije mientras anudaba mi corbata negra del poliéster más barato, pero fiel como perro de taller, mientras resonaban las palabras de mi esposa diciendo que la gente iba cada día más desarreglada a dar pésames.
Hay una edad en la que comenzamos a ir más a velorios y entierros que a otros eventos sociales. Éstos tienen la particularidad de ser las últimas grandes celebraciones open house que quedan en nuestra depauperada sociedad.
Fuimos entonces a la funeraria caraqueña más concurrida, parque temático criollo levantado entre las tumbas del segundo gran camposanto urbano, donde se tienen todas las comodidades para atender a quienes pasan por el difícil trance de despedir a alguien querido.
Todas las idas a velorios suelen ser parecidas. Puede que te tome más tiempo estacionar y llegar a la capilla que lo que vayas a estar con el deudo, quien normalmente apenas sí tiene oportunidad de vernos entre tantos saludos. Con todo y eso, siempre es bueno acompañar, pues el cariño debe mostrarse en las buenas y en las malas.
Los cementerios históricos, con auténticas bellezas en escultura del Siglo XIX, a veces con sauces llorones y siempre con ángeles postrados en más o menos cuidados jardines, me resultan muy atractivos. Cuando visito grandes ciudades si puedo paseo por alguno de ellos, pues suelen ser además de entrada libre.
Nuestro Cementerio General del Sur, marcó un antes y un después en la cultura de camposantos venezolana como parte del esfuerzo guzmancista por afrancesar la capital. Con su monumental avenida de acceso desde la urbe, su tapia y sus primeras tumbas también monumentales, era de gran atractivo. Hace un par de años escribí sobre él en otra publicación en la que traté la breve historia del Cementerio de los Hijos de Dios.
Tengo unos cuantos años que no visito aquel camposanto, en el que yacen mis cuatro abuelos y muchos otros parientes. En parte no lo he hecho por la sensación de peligrosidad de la zona en épocas pasadas. Debo volver. Ojalá cuando me anime me encuentre con una grata sorpresa, como cuando visitamos el casco histórico de Caracas.