Últimamente me he pasado de glotona.
No es gula, aunque confieso que me encantan los chocolates, las galletas y las tortas.
Es un banquete que me ha alimentado durante las pasadas semanas desde que me despierto hasta que me acuesto, y que a veces se prolonga con un bocadillo de medianoche como recompensa, si se alargan las cosas.
Lo bueno es que este festín no tiene calorías, solo las que uno no gasta por estar concentrado. Pero lo mejor de todo es que mágicamente, reúne a la familia remota en una misma mesa.
Adivinaron, el banquete al que me refiero es el deportivo.
El cambio de horas resulta muy favorable, pues en esta época, desayuno con Wimbledon, almuerzo y ceno con fútbol, Copa Europa y Copa América respectivamente y, por si fuera poco, lo condimento los fines de semana con Fórmula Uno; golf sí, paso.
Y aunque algunos consideren el deporte como poco intelectual, o un mega negocio, o una cortina de humo, pan y circo como dicen, pues a mí me encanta excepto cuando pierde mi equipo favorito.
Yo creo que cultivar la excelencia a través de la competencia deportiva, al igual que las bellas artes, es otra forma de superación, de búsqueda, esa íntima inclinación tan humana de perseverar, de seguir, de creer.
Para completar mi ágape, ya pronto vienen las Olimpíadas 2024 en Francia, estos juegos que se documentan desde el 776 a. C. los cuales se celebraban en Olimpia, en honor a Zeus.
Calgary fue sede de las olimpíadas de invierno en 1988, y en el centro de la ciudad, en la Plaza Olímpica, hay un gran arco que nos recuerda el lema milenario con que ilustro esta crónica.
“Citius. Altius. Fortius”.
“Más rápido. Más alto. Más fuerte”.
Es la exuberancia, esa abundancia plena que alimenta el espíritu humano.