Como perros y gatos,
por Victorino Muñoz

En no pocas ocasiones me he encontrado con personas que, al saber que en mi casa hay perros y gatos, expresan su desagrado ante el hecho de tener mascotas; más o menos argumentan en los términos que siguen, y a los cuales yo doy respuesta de igual modo, de manera inmediata:

–  No me gustan los animales, porque van y se orinan en todas partes…

–  Bueno – digo yo –, en el frente de mi casa siempre para algún borracho que decide usar mi portón como baño. Y a veces lo hacen hasta los no tan borrachos…

– Es que los animales se ponen a armar escándalo, ladrando o maullando a medianoche…

– Igual que mis vecinos, o alguno que otro hijo de su madre, que estaciona en el frente un carro con un equipo de sonido a todo volumen.

Sí, ya sé lo que están pensando: que no se puede discutir conmigo. Y es cierto, como también lo es el hecho de que las personas se supone que deberían comportarse de una manera, y muy a menudo no lo hacen: no respetan los semáforos; roban, estafan y engañan, cuando no hacen cosas peores.

Por lo menos los gatos y perros no andan violando las leyes que ellos mismos inventaron. Humanos cero – Mascotas uno. Entonces, los seres humanos nos comportamos como animales, pero esperamos que los animales se comporten civilizadamente.

Lo peor de nosotros es que, en lugar de mostrarnos solidarios los unos con los otros, según nos enseñan desde pequeños, somos despiadados con nuestros semejantes; además, dañamos el medio ambiente. Y sin embargo juzgamos a los demás seres vivos de este planeta y queremos darles lecciones de moral y comportamiento.

Yo la verdad que a estas alturas no sé cuál sea o deba ser la verdadera naturaleza del ser humano; si es que actúa mal porque no puede actuar de otra manera o qué sé yo. En fin, se supone que los animales son los otros y no nosotros.

Por ende, yo me quedo con mis gatos y mis perros. Y como yo sé más o menos qué esperarme de ellos, sigo prefiriendo su compañía por encima de la de muchas personas.

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