Consejos de mayores – Luli Delgado

Decía mi mamá que siendo una niña, su tío Carlos, al reprenderla por haber dicho una inconveniencia, le había enfatizado categórico: “mijita, si no tiene nada agradable qué decir, cállese la boca”. Fue así como ella aprendió a morderse la lengua, y más adelante trató de enseñarnos a mordérnosla a nosotros.

Digo trató, porque a veces las inconveniencias se salen sin darnos cuenta, o peor, dándonos cuenta, pero sin que nos importe, lo que las hace aún más venenosas. En fin.

Otra señora, a quien conocí poco, aseguraba que a Dios se le había pasado por alto el décimo primer mandamiento: “No estorbarás”.

Sabia señora, porque la verdad es que el que estorba poco siempre es bienvenido.

Aprender el sutil arte de no estorbar, aunque supremamente difícil, marca una diferencia significativa en nuestra relación con los demás: y es aquí donde creo que, como el Caroní y el Orinoco, los dos consejos confluyen. Algo así como “no digas lo que sabes que va a caer pesado”, con “trata de estorbar lo menos posible”.

Que levante la mano, si es capaz, quien pueda garantizar que nunca en su vida ha dicho algo pesado o ha estorbado. Probablemente haya pocas manos. En cambio, que levante la mano quien ha sido sujeto de una inconveniencia o víctima de un acto de estorbo. Creo que aquí habría más manos levantadas, ¿no les parece?

Es que por complicado que pueda parecer, termina siendo muy sencillo: quebrar un vidrio es relativamente fácil y rápido. Pegarlo y que vuelva a ser lo que era, ya no es tan un, dos, tres y ya. Pero somos tan, pero tan necios, que le pasamos por encima a algo tan fundamental en nuestros ires y venires, y, lo que es peor aún, mientras más cercanos nos sentimos del otro, más nos sentimos en el genuino derecho de convertirlo en la diana de nuestros dardos. Outch…

de la misma autora