Sangre en la oscuridad – Milagros Socorro
Un gato venía, por lo general, a subir el volumen de mi terror. Después, mucho después, me enteraría de que su aullido no obedecía a la contemplación de los mismos espectros que a mí me hacían temblar bajo las sábanas. Pero en esa época estaba convencida de que las noches eran el país de las criaturas espantosas, las que vagaban en medio de grandes sufrimientos y, sobre todo, hondos misterios. La cabecera de mi cama quedaba bajo la ventana y frente al espejo. De manera que podía ver, reflejadas en la luna de la peinadora, las ramas del tamarindo barriendo los vidrios del ventanal como brazos que arañaban la salvación. Y cuando aquella visión estaba a punto de petrificarme, venía el gato –más bien, caía- y lanzaba un gemido largo, ríspido, a la vez filoso y embotado como una navaja oxidada…...