
Cuando hoy pensamos en las brujas, la imagen que visita a nuestra imaginación es la del estereotipo creado por la industria del cine: una vieja jorobada, vestida con harapos, capirote negro y una enorme verruga en la nariz larga y encorvada, que se hace acompañar de un gato negro.

The Stapleton Collection.
Hubo un tiempo en el que sí se creyó en la existencia de la bruja y cuyo ejercicio era severamente castigado. No puedo adjetivar una época histórica como oscura por las prácticas que se ejecutaban. Pero la historia de las brujas revela en general más datos de la época que describe que sobre la propia brujería.

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Aún hoy no existe un consenso en la definición histórica de quién era una bruja o cómo reconocerla. En los años que corren entre 1600 y 1800, estas nociones eran significativamente más precarias. El único mandato claro estaba en el libro del Éxodo, 22, 18: “a la hechicera no dejarás que viva”.

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A partir de esta orden y justificación para castigar a la bruja con la pena capital, se escribieron varios manuales, entre ellos: Diálogo que versa sobre brujas y brujería (George Gifford, 1593); Demonología (Jacobo I, 1597); Discurso del arte maldito de la brujería (William Perkins, 1608) y el tratado más exhaustivo y exitoso de la historia de la cacería de brujas, el Malleus Maleficarum (Heinrich Kramer y Jacob Sprenge, 1496) que después de ser publicado en Alemania, tuvo docenas de nuevas ediciones, se difundió por toda Europa y tuvo un profundo impacto en los juicios contra las brujas.

Las brujas eran la representación de lo antagónico a las instancias de poder residente en la Iglesia, en el Rey o en la élite dominante. Los delitos que le adjudican a las brujas son por perversión de sus cualidades femeninas cuando amamanta a un genio demonio o cuando copula con el diablo. Los castigos descritos para lograr la confesión o para purgar el pecado, eran severos y crueles. Y los juicios histéricos y amañados, mandaron a cientos de mujeres, en todo el mundo occidental, a la horca o a la hoguera.
Hoy la brujería está despenalizada, dejó de ser un delito castigado con la muerte. La creencia en la brujería aun pervive y continúa desempeñando una labor cultural, escondida a la vista de todos, en anodinas barriadas populares de las grandes ciudades.
