No sé si a ustedes les pasa lo que a mí con la gente que se pone Botox en la cara, que se me hacen desconocidos.
En realidad, me pasó con dos personas.
Yo entiendo que quieran parecer siempre “jóvenes y bellas”, como me dijo una paciente esquizofrénica, una cuarentona que quería operarse la nariz mestiza, ancha y prominente.
Al fin y al cabo, cada uno hace con su cara lo que quiera. El Botox sirve para eso, para esconder el paso de los años, las carencias naturales o el peso de la genética.
Pero más que parecer “joven y bella” uno debe parecer sano y saludable, y esto solo se consigue con buenos hábitos de alimentación, sueño y actividad física.
Hay que evitar los azúcares refinados, por ejemplo, y no todos estamos dispuesto a hacerlo.
Es más fácil estirarse la piel, succionar la grasa abdominal en quirófano, que hacer ejercicios; o inyectarnos toxina botulínica que paraliza los músculos faciales, para parecer luego hinchados y a veces desconocidos.
Eso fue lo que me pasó con esas dos personas con las que interactué alguna vez.
Uno, profesor de humanidades, la última vez que lo vi, estaba acompañado de una bella joven.
La otra, también profesora, esposa de un coterráneo, delgada y no muy agraciada.
Cada uno se aplicó la toxina, y fue tan raro y sorprendente para mí el cambio, que como no los reconocía, en mi mente se formó la idea de que ellos tampoco me reconocían y éramos desconocidos. No nos saludamos más, aunque nos seguimos encontrando después… porque uno no anda por la calle saludando a desconocidos sin son ni ton.