El otro día encontré en Instagram una señora que decía: “un día te miras en el espejo y te dices a ti misma: “estás buenísima”. Años después te vuelves a mirar y entonces te dices: “te ves de lo más bien… considerando tu edad”.
Puede que nos saque lágrimas, de puro reírnos o de puro llorar, pero es una realidad que encajar el golpe de dejar de ser jóvenes y bonitos no es tarea fácil. Para casi nadie, me atrevería a afirmar.
Claro, las reacciones son diversas, y hay desde quienes se aferran con uñas y dientes a los últimos rayitos de lozanía, hasta quienes se lo toman con más calma y aceptan más humildemente la llegada de los años y los kilos, que suelen venir en tándem.
Estos serían los dos polos de esta realidad, aunque hay que admitir que no son comunes los ejemplos químicamente puros de la aceptación resignada. Más bien las variantes se ubican en el otro lado de la cuerda, el de negarse a dejar la juventud.
Yo recuerdo de pequeña que mi tía Irene, atormentada por su peso, se la pasaba preguntándonos: “Esa señora que va ahí, ¿se ve más o menos gorda que yo?” Y nosotros le respondíamos siempre como el espejo de la bruja, porque ¿para qué mortificarla?. Además, en aquella época ni nos iba ni nos venía, porque a fin de cuentas a todas las señoras las veíamos si no como ancianas, por lo menos ya entradas en años.
Todo aquello nos resultaba perfectamente ajeno, hasta que inexorablemente nos llegó la hora.
Yo no soy de las más fanáticas ni de tintes ni de cremas, ni de moda, no me maquillo y en general no me ocupo mucho del tema, pero tengo que confesar que ni aun así me escapo.
Hace unos meses me comentaba una amiga a quien no veo desde hace tiempo:
“Niña, ¡estás estupenda!”
– “No te creas, es que la foto es vieja”, tuve la mínima decencia de responderle.
Yo ando por la vida sin mayores problemas, pero aquí entre nós y que no circule: no hallo qué hacer con la papada cada vez que me van a tomar una foto, y eso que ya he considerado varias posiciones de la barbilla que ayudan un poco, y que ahora con el invierno existe el recurso de la bufanda…
Así más o menos van las cosas, aunque de un tiempo a esta parte, me sorprendo a mí misma pensando que con tal de que no me duela nada y que los valores básicos de salud estén en su santo lugar, lo demás viene siendo lo de menos.
Cuando me empezaron a salir canas, un peluquero amigo me recomendó “asúmelas”, y fue lo que hice. Creo que ahora algo así me está volviendo a pasar, digamos, con el conjunto de la obra. ¡Muy bien, considerando lo antes expuesto!