Gente que Cuenta

El entierro,
por Getulio Bastardo

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Louis Michel Eilshemius,
La casa asombrada, 1917

Siempre se escuchaban ruidos en esa casa, ruidos como el claveteo de tablas, o una metra rodando en el piso de madera de la única habitación de arriba, cuyo piso se correspondía con el techo de la sala.
El rodar de la canica iba desde el medio del piso hasta la escalera, descendía siete escalones y se detenía. Los que lo escucharon subían hasta ese escalón, esperando encontrar la metra allí́ detenida, o subían a la habitación. Nadie nunca la vio o la encontró. Una noche se escuchó caer toda la loza de la cocina con tal estruendo que despertó y asustó a todos los habitantes de la casa, pero nadie se atrevió́ a ver qué pasaba por el miedo que la casa infundía, sino que esperaron hasta el amanecer para hacerlo.

Platos grandes y pequeños, soperas, tazas, vasos, jarras y cubiertos estaban en su sitio e intactos.
La casa pertenecía a una hacienda que, en sus inicios durante la colonia, producía y exportaba añil.

Para la época de la reseña producía cocos y un medianero, frutos menores. Cada medianero duraba muy poco en el sitio; a los pocos meses de estar allí se iba sin explicación alguna.
Una noche se incendió una parte del sembradío. Desde la casa se observaba el resplandor y escuchaba el crujir de las llamas y todos pensaron que se había quemado el conuco. Al amanecer llegaron hasta allá y otra sorpresa, estaba todo intacto.

Ampliando ese mismo terreno para seguir sembrando se consiguió una osamenta de mujer, la cual fue rescatada y debidamente enterrada en el mismo sitio donde fue encontrada. Después del entierro de la mujer comenzaron las especulaciones acerca de a quién le pertenecerían esos restos.

Al ser una zona de tránsito hacia pueblos y ciudades, y escenarios de las guerras civiles nacionales, se supuso que eran de una mujer amante de un general a quien este en su escapada le había dado en custodia sus bienes y ella los había enterrado. Ambos murieron y nadie supo dónde estaba escondido el tesoro.

Se creía que el entierro estaba en esa casa o cerca de ella y que el alma de la mujer se había convertido en su guardián y por eso espantaba a cada uno de los habitantes.
Una vez enterrados los restos comenzaron a escucharse otros ruidos, como de pisadas suaves en rama seca y golpes en la tierra y al llegar al sitio el primer día se encontró un hueco y cada día se encontró un nuevo hueco más profundo y amplio que el anterior, alrededor de donde se consiguió la osamenta.

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Getulio Bastardo
Médico psiquiatra clínico, profesor universitario jubilado en Venezuela y activo en Perú, casado, con seis hijos y seis nietos. Soy un viejo feliz
getuliobastardo@yahoo.com.mx

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