Gente que Cuenta

El fin del mundo envuelto en seda, por Luli Delgado

El ángel caído Alexandre Cabanel 1868 Atril press
Alexandre Cabanel,
El ángel caído, (detalle), 1868

No creo que sea por casualidad que cuando se habla de traición, la figura más usada sea la de la puñalada trapera. A mí nunca me han metido una puñalada, pero me parece que es por la espalda por donde debe doler más, porque deben doler, en un mismo instante, la carne que se rasga y la paz que se acaba.

Parece que envuelto en un pañuelo de seda, las cortadas con objetos filosos dejan una cicatriz que no se borra. Cosas de cortesanas y palacios remotos, no sé si es verdad o algo que me contaron para impresionarme, pero el caso es que yo siento que la traición es justamente eso, una herida que, envuelta en la seda de los afectos, corta inmisericorde y sin posibilidad de cicatrices a la vuelta de la primera esquina.

Lo más curioso es que resulta imposible que te traicione un extraño, porque justamente la traición viene de donde menos se espera y de quien menos se sospecha. Y es allí donde el navajazo se afinca con más fuerza. Lo que más duele es que es algo que parecería que no tenía ni razón ni chance de llegar a ser. Alguien tan cercano, al que le has entregado las más profundas de tus confianzas no puede ser el que ahora te haya largado a tu suerte. Claro, eso desde el punto de vista del traicionado, porque el que traiciona parecería que desde hacía rato había venido cocinando su resentimiento en nuestras narices y que estaba apenas a la espera de su oportunidad.

Pero premeditado o no, el caso es que una traición es un acto de expulsión sumaria, el exilio del territorio de la complicidad, que nos arroja como errantes a lugares que no conocemos para que nos las arreglemos como mejor podamos.

Lo peor de todo es que la traición es irreversible, como conocer el mar, perder la virginidad, mezclar ingredientes o inclusive morirse, porque no hay memoria que olvide, por mucho que haya corazón que perdone. Es que el que traiciona pone de por medio una barrera como de muerte, que impide cualquier modalidad de puente, impone su separación como la sentencia de un juicio en ausencia del reo. No se despide ni nos da oportunidad que le digamos adiós. No se separa, sino que arranca su pedazo y se lo lleva sin más. Quien nos traiciona prefiere perdernos a perder la oportunidad de su beneficio. Creo que lo que duele es que te sacrifiquen, y que, puesto a escoger, seamos nosotros quienes importemos menos, y que nos enteremos de sopetón que no éramos tan imprescindibles así después de todo. ¿A quién le puede gustar?

Suele suceder, muchas veces a pesar de nosotros mismos, que lo que por último más echamos de menos es justamente la presencia del traidor para que nos acompañe, aconseje y defienda en un momento tan difícil, tan solitario, donde no hay razón que nos consuele, ni le encontramos sentido a lo que nos está pasando, como si de pronto comenzaran a echarnos el cuento al revés.

Muchas veces me pregunto cómo se siente el que traiciona cuando traiciona, si albergaba un sentimiento latente del que no nos percatamos, o le surgió por impulso. ¿Cómo se siente después?, ¿le hacemos tanta falta como nos hacen ellos a nosotros? Y si hubiera capítulo dos, ¿le daríamos la misma confianza que le dimos a quien después nos traicionó, o tendríamos más cuidado? Y a su vez el que nos traicionó, ¿nos traicionaría otra vez o valoraría más lo que le hemos dado?

Pero no es posible saberlo, aunque nos trituremos los sesos tratando de encontrarle una explicación. La única certeza que nos cabe es que una traición es el fin del mundo, de ése que se había creado entre dos seres tan cercanos, de ése mismo que parecía capaz de superar cualquier prueba.

Nos cuesta aceptarlo, pero es así.

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Luli Delgado es periodista venezolana, Master en Artes de Cine y  Video – por The American University, Washington, DC.
Fue Directora Ejecutiva de la Fundación Andrés Mata de El Universal de Caracas, y Gerente del Centro de Documentación de TV Cultura de São Paulo. Es autora de varios libros y crónicas.
delgado.luli@gmail.com

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