La frase de Manolo hizo erupción en su rostro igual que cuando Arquímedes gritó su famoso “¡EUREKA!” al descubrir cómo calcular el volumen de un cuerpo irregular.
─ ¡El infierno es plano e isotérmico!
Afortunadamente para mi amigo, no había cerca un soldado romano dispuesto a sablear a cualquier enemigo por muy Arquímedes que fuera. Sólo estaba yo interrogándole con la mirada acerca de “a cuento de qué” venía esa euforia.
Así fue como me enteré de que Manolo había estudiado Termodinámica y que su profesor les explicaba que, si el infierno tuviera diferentes alturas o diferentes temperaturas, seguramente algún briboncito avispado podría utilizar esas diferencias para construir una máquina y escapar o fabricarse una nevera. Con ese chiste, el profesor ilustraba a sus alumnos en que todo aprovechamiento energético surge de alguna diferencia: las presas generan electricidad gracias a la caída de agua, los equipos eléctricos funcionan gracias a la diferencia de potencial o los generadores eólicos giran porque hay un viento que se produce por la diferencia de temperatura entre las capas de aire.
Después de aquella inesperada, pero curiosa lección Manolo me seguía invitando a pensar en las consecuencias de algo así, pero yo nunca vuelo a su altura.
─ Espero portarme tan bien que no tenga que ir al Infierno ─ fue una mala ocurrencia decir esto, porque Manolo, haciendo caso omiso de mi obtusa mente, me arrastró al precipicio de seguir cavilando.
Si pensamos desde más arriba nos daremos cuenta de que las DIFERENCIAS son la potencia de la Humanidad. Ya no era una metáfora para usar en clase de Termodinámica, sino que el asunto iba mucho más allá. Si es que podemos evolucionar solo será porque hay diferencias de pensamiento, de raza, de sexo o de cualquier otro tipo. Solo las diferencias generan algo nuevo.
Para hacérmelo más claro se atrevió a imaginar que él y yo fuéramos exactamente iguales: ¿De qué íbamos a hablar? ¿qué podría decir o hacer alguno de los dos que hiciera al otro mejor?
Todavía estaba yo pensando en cómo responder aquello, cuando ya Manolo había saltado a la conclusión de que un mundo en que nos obsesionamos con la igualdad es… como el infierno.
─ ¿No opinas igual? ─ me preguntó con cara de juez implacable.
Y yo no supe si opinar igual era bueno o malo.