En la noche muy dormidos, eso sí, las parejas no dejan de jugar. No dudamos que un sentido de propiedad los avasalla en penumbra y quitan el ropaje que los cubre dejando al otro descubierto y sin calor. Este juego parece una avalancha por tomar la cubierta mancomunada para cubrir el cuerpo, no la desnudez, pues por asuntos obvios muchos optamos por el pijama.
El juego empieza cuando uno, que no quiere molestar por sus ronquidos, silbidos o lo inconfesable, se arrincona al borde de la cama. Ya en el rincón, tira, corre el edredón —cobertor, colcha, o como le llame— para su lado. Este asunto de hurto es gracioso y hasta culposo cuando la otra persona despierta sin edredón y con el frío puesto de pijama. Mientras, él o la ladroncilla, para remediar la falta, arrima y repone lo robado como diciendo yo no fui, y si la quité no lo recuerdo…
Ummm, no dudamos que sin cobertor la helada aflora dolores articulatorios y moqueados invernales. Claro, la bella escena de (re)poner lo quitado los une en trasnochadas o amanecidas carcajadas… pues en la cama no se discute ni de broma en los primeros años. Sin duda, en los años altos y en los medios surgen remedios para este quitaipón que data de tiempos milenarios.
Algunos aguantan el frío o helada nocturna por no discutir. Otros enmiendan el quitaipón con una cobijita extra para su lado, aunque el trasgresor (a) muchas veces arrasa con la pieza mancomunada y con la extra. Los más afectados, esos de amor longevo, zanjan una línea territorial en el asunto: camas individuales como una separación de bienes con carácter apremiante.
No dudo que incontables parejas del quitaipón, por conveniencia, se hacen de la vista gorda con un lenguaje corporal que otro día se los cuento.