Gente que Cuenta

El macho amarrado – Victorino Muñoz

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Edmund Leighton (1852-1922)
Registro de boda, 1920

Estar casado tiene sus ventajas, como todo el mundo seguramente sabe; pero, el hombre soltero o viudo o divorciado (o por o menos mis amigos que lo son), parece que lo olvida a menudo y tiende a criticar hasta la saciedad al que decide permanecer unido a una mujer, porque sólo ve lo que no está o lo que piensa que se pierde: la libertad.

La libertad es un concepto tan inasible, casi nadie puede decir con exactitud lo que es, menos aún ponerse de acuerdo al respecto; y no siempre es tan útil como parece, si uno se pone a ver, sobre todo si no hay algo provechoso en qué emplear tal libertad y en qué invertir el tiempo libre. Beber, parrandear, andar con mujeres… qué pérdida de tiempo. Nadie pasa a la historia haciendo sólo eso.

Lo cierto es que, para terminar de explicar el asunto, si yo no tengo ganas de hacer algo, simplemente uso como excusa a mi esposa, aún a pesar de exponerme con ello al escarnio público. Si, por ejemplo, unos amigos quieren que vayamos a la playa, en mi carro, pero yo no quiero, porque el carro no funciona bien y la gasolina es costosa, pretexto que mi mujer se molestaría.

Hace días, el vecino de la casa contigua, de la manera más vil y descarada (como diría Rubén Blades) me pidió la clave del wi-fi. Le dije que le preguntaría a mi esposa. Ahora él, mis amigos y muchos otros, me miran con lástima, se burlan diciendo que le tengo miedo a la cuaima.

Yo simplemente los ignoro y aprovecho mi tiempo en algo que considero verdaderamente valioso: escribir.

La verdad es que si anduviera el día entero de parranda, como ellos, no tendría cuándo ni cómo perpetrar la obra que pienso algún día me deparará la inmortalidad. Allá lo que ellos crean.

La presencia y permanencia de mi esposa en mi vida es perfecta. Ella es la aliada para que mis sueños de escritura se materialicen. Es la que custodia la puerta de la jaula para que no entren los depredadores de mi tiempo libre. Por eso yo le concedo lo que me pide y permito que me trate como le parezca.

Y, si a fin de cuentas, fuera cierto que es una cuaima, eso sería mi asunto y el de ella. Y cuando me grita, de verdad que lo hace moderadamente y con bajo volumen, de manera que nadie escucha fuera de estas cuatro paredes. Y si me pega, es porque me lo merezco, porque me he portado mal sin darme cuenta. Y si me maltrata es por mi bien…

Y mejor me callo, porque me parece que por allí viene. Se escuchó la puerta del cuarto y se acercan unos pasos.

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Victorino Muñoz
valenciano, autor de Olímpicos e integrados, ganador del Concurso de Narrativa Salvador Garmendia del año 2012 y Página Roja, publicado en la colección Orlando Araujo en el año 2017.
Foto Geczain Tovar

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