Anoche, pequeñito e indefenso, así como nacemos todos, llegó el bebé Dios a reiterarnos que no estamos tan desasistidos como a veces puede parecernos.
Cada vez que nace un bebé, no importa en qué condiciones, trae consigo la alegría y la fuerza de la vida. ¿Cuántas esperas indeseadas no se borraron con la llegada de un nuevo ser? ¿Cuántas cosas no se perdonaron, cuántas esperanzas no se dibujaron en los corazones? ¿Cuánta ternura no se produjo como por encanto?
Y si eso nos pasa con cualquier bebé que nace, cómo no habría de ser nada menos que con el hijo de Dios?.
El Dios de nuestros padres, el que nos enseñaron a amar y a venerar, el que nos trajo cada año los regalos y al que adornamos con ovejitas de algodón y estrellas de aluminio, ese mismo niñito de yeso que año tras año nuestros mayores sacaron de la caja por estos días, hasta que nos llegó nuestra vez de sacárselo a nuestros hijos y continuar la historia.
Bueno, pues ese mismo niñito, independientemente de nuestras tribulaciones, fue quien llegó anoche!
El Dios que con mayor o menor consecuencia aprendimos a querer, a buscar cada vez que el agua nos llegó al cuello, el Dios que no nos abandona, el que nos hizo humanos y, más adelante, ya como adultos y con tanto a cuestas, nos hace humanos otra vez.
Que ese niñito que nació anoche nos traiga la alegría que siempre trae una nueva vida. Pequeñito e indefenso, como muchas veces nos sentimos, pero capaz de inundar miles de corazones de nuevas esperanzas y la secreta convicción de que alguna lucecita aparecerá después de todo.
Feliz Navidad y feliz llegada del Niñito Jesús. Son los deseos de mi corazón.