Gente que Cuenta

El parque, por Álvaro Ríos

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Jim Daly, Home! s/f

El parque de la ciudad es hermoso.

Bueno, eso dicen.

Yo siempre quise conocerlo.

En varias ocasiones le pedí a mi mamá que me llevara, pero ella decía que la cosa estaba mal. Insinuaba que, una vez allí, había que costear los perros calientes, el refresco y quizá hasta un helado. Y luego, al salir, de seguro se me antojaría entrar a las atracciones mecánicas que había al pasar la calle, y eso significaba…

Esas palabras las escuché muchas veces, de modo que, por largo tiempo, ir al parque fue un sueño imposible.

Un día mi amigo Sebas vino a visitarme. Llevaba unos guantes de beisbol y una pelota que su padre le había regalado.

—Vamos al parque —dijo—, allá jugaremos.

—Pero, ¿cómo lograremos entrar?

—Pierde cuidado, sé de un agujero en la parte de atrás, será pan comido.

En efecto, así lo hicimos.

Pasábamos una tarde entretenida cuando Sebas le puso demasiado a la pelota. La misma pasó muy alto y fue a dar a una franja solitaria. Durante un rato buscamos inútilmente. Casi nos damos por vencidos cuando aparecieron dos tipos y nos agarraron.

—¡Se quedan quietos o los quebramos! —dijo el más alto.

—¿Acaso somos de vidrio? —preguntó Sebas.

Uno de ellos sacó un revólver y entonces entendimos la metáfora.

Cuando íbamos hacia el fondo, de pronto se escuchó una voz enérgica que ordenó quedarse quieto y con las manos en alto. Al instante un gentío de azul apareció y de inmediato arrestaron a los hombres. Según dijeron, eran violadores y traficantes de órganos.

—¿Sebas, acaso se refieren al aparato ese que tu tío el músico tiene en el salón de su casa? ¿Cómo rayos pueden traficar cosas como esas? —susurré.

Sebas guardó silencio.

Hoy, luego de tantos años, esos que han acabado por blanquear mi cabello, sigo pensando en volver al parque.

Incluso ahora, a la salida del sol, me aproximo al acceso principal, y justo cuando voy pasando, unas patrullas irrumpen en la entrada. Varios policías se bajan y rápidamente atraviesan la puerta. En pocos minutos retornan junto a dos hombres que trasladan esposados y a empujones.

Al rato, cuando todos se han ido, me acerco a la puerta y miro hacia los árboles. De pronto recuerdo a Sebas y me pregunto qué habrá sido de él.

Lo cierto es que todos los días, de camino al trabajo, me detengo a mirar desde la cerca. Quisiera entrar; sin embargo, ya es tarde y tengo mil cosas por hacer.

Además, a estas alturas de la vida, ese parque me importa un bledo.

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Álvaro Ríos. Maracay, Estado Aragua, Venezuela, 1965. Vive actualmente en Barquisimeto, Estado Lara. Es Ingeniero Electricista, Profesor Universitario y Escritor de cuento, poesía y ensayo. Es autor de los libros Sendero de Sombras (poesía), Efimerario (brevedades), Dilemas en el aire (poesía) y Criaturas Mínimas (cuento). Ha sido colaborador de los diarios “El Impulso” y “Diario de Lara” en la ciudad de Barquisimeto. Algunos de sus cuentos han sido publicados en el portal “Letralia”.
alv_rios@yahoo.es

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