Gente que Cuenta

En la dirección equivocada, Victorino Muñoz

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Maria Maria Primachenko
Este pájaro mira hacia las cuatro direcciones
1977

Pedir una dirección en este país es cosa harto difícil. En realidad no es pedirla, ni darla, sino entenderla. Para empezar, hay que olvidarse de todos eso de norte-sur-este-oeste, así como de las unidades para medir distancias, ya sean anglosajonas (millas-yardas) o francesas (metros – kilómetro).

Cuando en mi inocencia (porque pese a tener casi 50 años todavía conservo cierta inocencia), he preguntado por alguna dirección, las respuestas son del tipo:

– Tú subes por aquí…

Miras hacia el cielo… pero no, no: aquí subir puede significar ir en sentido hacia el norte, seguir en la dirección en la que circulan los vehículos o si, en efecto, la calle tiene una cuesta, subir es subir. Pudiera ser cualquiera de las tres cosas. En algunos casos coinciden las tres (aunque todavía no he tenido la suerte).

– Te metes así y luego así…

Continúa la explicación y la persona hace señas con las manos, como si estuviera imitando el baile de la cobra. Debes tener mucho cuidado y no confundir “así” con “así”. Me recuerda aquello que decía Cortázar acerca del pie y el pie, en sus instrucciones para subir una escalera. Cortazarianos que somos todos y no lo sabemos. Debería sentirme orgulloso de mis compatriotas cuando me dan una dirección.

Suspiro y vuelvo a preguntar para estar seguro:

– ¿Usted quiere decir: hacia la izquierda?

– No, la izquierda es así…

Y ahora la persona traza en el aire la “Z” del zorro. Aunque más bien parece una “S” (¿serían las setas del zorro?).  Lo que pasa es que, entiendo yo, aquí el trazado de las calles es asunto serio. Para cruzar a la derecha hay que cruzar tres veces a la izquierda. Entonces las explicaciones que te dan comienzan a cobrar algún sentido, que es como la razón de la sinrazón.

– Pero, ¿a qué distancia?

– Un pelo más adelante…

La unidad de distancia “pelo” puede significar cien metros, unos minutos…

– Donde está un carro verde chocado…

Dios quiera que no se hayan llevado el carro (lo cual es poco probable, ya que estos elementos decorativos suelen ser escenografía fija), o que lo hayan pintado aún a pesar de estar inmóvil (arte urbano, en su más pura esencia)…

Por eso es que la familia se alegra tanto cuando uno va a visitarlos y exclaman:

– ¡Llegaste!

No es para menos la sorpresa: no te perdiste, entre tanto desvío y tanta dirección equivocada. Y que Dios nos agarre confesados cuando nos toque emprender el camino de regreso a casa.

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Victorino Muñoz
valenciano, autor de Olímpicos e integrados, ganador del Concurso de Narrativa Salvador Garmendia del año 2012 y Página Roja, publicado en la colección Orlando Araujo en el año 2017.
Foto Geczain Tovar

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