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Entre la tradición y la fe, por Mayte Navarro

El mayor dolor de Cristo Atril press
Veneración al Mayor dolor de Cristo en la Iglesia de Altagracia, Caracas.

Una de las tradiciones de la Semana Santa son las procesiones. Es un ritual que forma parte de las prácticas religiosas de los católicos. América lo hereda de España

Venerar a una imagen no sólo obedece al culto, sino que también involucra lo social, y en la colonia, las familias más aristocráticas tenían a su cuidado una de esas esculturas y muchas de ellas son hoy verdaderas joyas de arte.

Caracas no escapó a esa tradición y así tenemos que en algunas iglesias capitalinas continúa vigente que una familia rinda culto a una de las estaciones de la Semana Mayor, como la del Mayor dolor de Cristo.

Data de 1886, cuando Juan Lorenzo Cordero Landaeta y Julia Dolores Ágreda de Cordero, quienes vivían entre las esquinas de Angelitos a Quebrado N° 7, Parroquia de San Juan, iniciaron esta celebración. Hoy sus descendientes cuidan de la imagen que data del siglo XIX, realizada en madera policromada y con los ojos de pasta vítrea.

Antes del martes santo, la figura de Cristo arrodillado y con toda su espalda ensangrentada a causa de los azotes recibidos se baja de su nicho y se coloca en la peana adornada con flores, especialmente orquídeas. Sobre la cabeza, además de la corona de espinas, destacan las tres potencias. Muchos aseguran que las piedras incrustadas en ellas son gemas verdaderas.

La misa de las once se caracteriza por la solemnidad y siempre hay música. De esta manera se cumple la promesa que hiciera Pedro Elías Gutiérrez, quien, ante la gravedad de un hijo, le ofreció al Gran Dolor de Cristo que en su día nunca faltaría la música. Y así se ha cumplido, quizás sin la pompa de entonces, cuando el propio maestro dirigía la Banda Marcial de Caracas. Hoy son cuatro guardias nacionales que en el momento de la consagración interpretan el Himno Nacional. Sin embargo, ese instante es tan significativo que quienes asisten siempre manifiestan una emoción muy especial.

Hoy no nos encontramos con una feligresía ataviada con crinolinas cubiertas de tules y encajes, ni con mantillas bordadas. Sin embargo, y doy fe de ello, la devoción continúa intacta. La Iglesia de Altagracia se llena de gente de todas las edades. Unos agradecen algún milagro, otros ruegan por sus necesidades, que son muchas, y no faltan los curiosos que se acercan y quedan maravillados ante esta obra de arte religiosa.

Al salir, los músicos rememoran aquellas animadas retretas. Una tradición y un acto de fe que perdura.

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Mayte Navarro.
Comunicadora Social egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, Caracas. Ha ejercido el periodismo en galerías de arte, en el diario El Universal, mantiene el espacio Madame Glamour en el programa radial Las entrevistas de Carolina. Escribe de moda, arte y estilo de vida.
mayte.navarros@gmail.com

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