Durante todo el año existen decenas de rituales para solicitarle a entidades superiores, a veces no bien definidas, el cumplimiento de los deseos. La solicitud a una estrella fugaz, los tres deseos cuando se soplan las velas del pastel de cumpleaños, o los de inicio de cada mes en la puerta de la casa forman parte de ellos.
En la medida que se acerca Navidad y Fin de Año, las vías de solicitud se concentran en tres medios: El Espíritu de la Navidad, Santa Claus, y el Año Nuevo. Algo que tienen en común estos rituales es que los deseos son expresados con antelación de forma escrita.
Llama la atención que, de ellos, la carta a Santa Claus queda limitada a los pequeños de la casa. Por alguna razón la imagen de Santa Claus se extingue cuando desaparece la inocencia. Ser un adolescente de trece o catorce años y creer en Santa Claus sería hoy en día motivo de “bullying” en la escuela.
Sin embargo, que un adulto elabore una lista de deseos para el “Espíritu de la Navidad”, una entidad bondadosa que muchos confunden con Santa Claus, aunque se vista de otro color, y solo se presente el 21 de diciembre, es completamente aceptado.
¿Por qué cuando crecemos apartamos al “pobre” Santa Claus de nuestros rituales? ¿Será acaso porque es el único que fija una condición para cumplir los deseos? En los otros rituales el tipo de conducta del solicitante no limita la posibilidad del “cumplimiento del deseo”, mientras que los dirigidos a Santa sí tiene este requisito: debes haber sido una buena persona para considerar tu solicitud.
Qué es lo que en realidad nos detiene después de crecer, ¿es que después de haber tomado consciencia del bien y el mal, no nos sentimos tan seguros de estar en la “lista de los buenos” de Santa? Todavía estás a tiempo, escríbele a Santa que él extraña tus cartas.