Ayer me deparé con esta situación: una señora de más de ochenta años que quería regresar a su casa. Había llegado a la ciudad a hacer compras en el supermercado, pero apremiada por conseguir la aplicación para regresar, estaba sola y angustiada, próxima de la caja del supermercado. Munida del celular de la señora, una joven desconocida le llamó un Uber y después de conseguir el beneplácito de la señora en cuanto al costo del viaje, confirmó el pedido y la acompañó a esperar el Uber. Ignoro qué le pasaría a la señora al final del viaje, pero supongo que debe vivir sola.
Me gusta perderme en las ideas. Cualquier laberinto sin angustia me viene bien. Un buen lugar para uno perderse es un diccionario etimológico. Ayer, después del episodio de la señora que no conseguía retornar a su casa, me interesé por el origen de ‘desesperada’.
Por ahí aprendí que en latín spēro nos refiere a esperar con confianza, porque en latín spes alude a esperanza, expectativa. O sea, esperamos por algo bueno.
Ya al añadir el prefijo de(s) tendríamos la deconstrucción de spēro, o sea que caeríamos en la desesperanza, en la pérdida de la confianza, nada de bueno podría ocurrirnos.
Todavía jugando otro poco con las palabras, al substituir nza por da en desesperanza, tendríamos a una desesperada, o sea, ya no solo quien no espera que nada de bueno le pase, sino que su desesperanza llegaría al punto de ser una por quien nadie espera. Tamaña soledad sería lo peor de este mundo, vivir sola por siempre en un laberinto sin salida. Temo por la soledad de la señora del supermercado.