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No recuerdo cuando alcancé las agarraderas que pendían de los techos de los ómnibus de la C.U.T.C.S.A. (Compañía uruguaya de transportes colectivos, S.A) en Montevideo. Eran ómnibus de los viejos, con carteles de prohibido salivar, y con el volante a la derecha. Pero lo importante era que me avergonzaba no alcanzar las agarraderas. Hasta que un día, en puntas de pie, conseguí tocarlas. No recuerdo el día, pero sí mi satisfacción.
Y así se pasó la vida, acumulando estos logros, que en su época parecían supremos. Como el primer beso en mi adolescencia. Caminando a su lado por un parque me debatía entre la atracción de su beso y el miedo de su rechazo. En ese ramo hubo otras primeras veces, pero como aquella, ninguna.
Más tarde me nombraron capitán de rugby y abanderado en mi escuela. Después mis colegas me nombraron representante de clase en el IAVA y más tarde igual en la Universidad. De economista me recibí con el primer premio de mi generación y después me aceptaron para el doctorado en Cambridge. De todas estas distinciones, tan importantes en su momento, tampoco recuerdo las fechas. Sé del día de mi grado por Cambridge porque el diploma de PhD está enmarcado en mi oficina: 30 de julio de 1983. ¡Faltan pocos días para que se cumplan cuatro décadas de ese momento! Ya tengo el espumante en la heladera para celebrarlo.
Pero por esa época, más importante aún, fue el haberme visto reflejado en los ojos de mi recién nacida cuando los abrió y me vio. De ese éxtasis no me olvidaré nunca. La otra llegó durante una borrasca de nieve y hasta hoy es un tifón hermoso.
El resto es casi un gran borrón, hasta que Luli me dijo que sí. ¿La fecha? Es todos los días, ¡gracias a Dios!