El pasado 7 de junio cumplí 39 años de graduada de ingeniera civil.
Ya tengo casi tres años retirada o “jubilada”, palabra que proviene del latín jubilare, que significa lanzar gritos de alegría. ¡Qué término tan apropiado para describir el retiro!
Ante este aniversario, me puse a reflexionar sobre mi vida laboral.
Quise recordar momentos inolvidables, como cuando me llamó mi jefe a informarme que había sido promovida a la Gerencia del Absurdo y Afines, y que tendría a mi cargo los departamentos de Irrealidad, Enajenación y Abstracción pura.
O cuando me llamaron la atención por ser muy “apasionada” (peleona) y decidí volverme “inescrutable”, lo cual me desencadenó una crisis nerviosa en el baño, abrazada con la señora de la limpieza. No se me da bien eso de controlar mis emociones.
En fin, tendría miles de ejemplos, pero realmente, el momento más importante de mi vida corporativa fue cuando mi amado esposo (QEPD), me propuso matrimonio por correo electrónico, cuando nuestras oficinas estaban solo a metros de distancia. Celebramos con champaña esa noche y brindamos por el amor, el más hondo y largo.
Cabe destacar que los dos primeros ejemplos corresponden a lo único que me ayudó a sobrevivir mis casi cuatro décadas de trabajo como ingeniera: mis Cuentos de Oficina.
La propuesta de matrimonio sí fue muy real.
Hoy disfrutando de mi bucólico retiro, concluyo lo que una vez escuché por ahí:
“Nadie, en su lecho de muerte, se arrepiente de no haber pasado más tiempo en la oficina.”
Y eso me trae a colación otro de mis Cuentos de Oficina, Hoja de Tiempo.
En esa historia, como cada viernes, tenía que llenar la hoja de tiempo con mis horas facturables de la semana anterior, pero el formato se trastocó y se convirtió en la hoja de tiempo de toda mi vida.
Al final de esta ardua tarea concluí, que las únicas horas “facturables” son las vividas a plenitud, pues como dijo el gran poeta persa Omar Khayyam:
“Es más tarde de lo que imaginas.”