Hace poco me encontré con un amigo que, para mí, gana bien. Resulta que estaba deprimido. Me dijo que una piba con la que salió lo había despreciado porque no tenía seguidores. Eso de seguidores me trajo la imagen de una jauría siguiendo a una perra en celo. No le entendí. Él me tuvo que explicar lo que era eso de “seguidores”. Creo que le entendí, serían personas que siguen a un o a una influenciadora. Me quedó poco claro eso de influenciadora virtual. Trató de explicármelo, primero, dándome ejemplos que de poco me sirvieron porque yo no los conocía. Fue ahí cuando sacó su celular y me mostró un par de influenciadoras en acción. Una recomendaba un lápiz de labios, otra, pestañas. Cada una se vanagloriaba del número de seguidores y de ciudades desde donde era seguidas. No decían que eran pagas por los productores de lápiz de labios o de las pestañas, pero imagino que algún tipo de pago habría, proporcional al número de seguidores.
Fue ahí que le pregunté si había influenciadores recomendando cuidar de ancianos. No supo decirme. Sospecho que no, porque los ancianos no pueden pagar. Solo dan costos. Tanto, que recordé haber leído un articulo del New York Times, titulado, Desecho de abuelos (Granny dumping). Otro artículo contaba de la historia de un abuelo que fue llevado por sus hijos a otro país y largado, vestido de traje, en una playa de por allí; sin identificación, dinero o memoria. Se les olvidó sacarle la etiqueta al traje que llevaba puesto y a partir de esta un sabueso reconstruyó los pasos de los hijos y los pusieron presos. No tenían seguidores, por lo menos no en aquella época.
O sea, estamos en un mundo que promueve el foco en quien no tiene nada que decir, o lo que dice no debería interesarnos. El problema es que hay gente a quien le interesa la pavada y alguien encontró la fórmula para hacer dinero con el cotilleo en un mundo cada vez más virtual y menos ético. ¿Será así?
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