Gente que Cuenta

La cantina del colegio, por Victorino Muñoz

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“Una malta, una empanada, un cachito, un tequeño, una chupeta, señora, ay…”

Hay gente que recuerda con cariño sus tiempos de escuela. Sus maestros, sus compañeros, etc. Yo no. No soy de ese grupo. Yo odiaba el colegio. Y no porque me fuera mal en los estudios. Al contrario, siempre fui del cuadro de honor.

La verdadera culpable de todo es la cantina del colegio. Como se sabe, la cantina del colegio es ese lugar donde te venden algunas cosas de comer, golosinas, bebidas y demás, para que quien no llevó merienda, tenga cómo entretener el hambre hasta la hora de llegar a casa a almorzar o cenar, dependiendo del turno que sea.

Pero, en mis tiempos (no sé si ahora es igual) nadie previó que una cantina y dos o tres personas no son suficientes para atender a todos aquellos locos gritando: “una malta, una empanada, un cachito, un tequeño, una chupeta, señora, ay…”

En mi colegio eran veinte salones con treinta estudiantes. De paso, el recreo duraba media hora. Aplicando matemáticas básicas: a razón de seiscientas personas y en 1800 segundos, tendrían que haber atendido a un niño cada tres segundos para que la cosa funcionara. Y claro, esto no ocurría.

Los que lograban ser atendidos eran los que más gritaban y sobre todo los que más empujaban. De hecho, había que abrirse espacio a codazos para llegar hasta la barra y también para salir. Cuántas camisas blancas no adquirieron un estampado color grasa de empanada en este proceso de luchar contra la marea humana.

Hoy día, cada vez que me toca estar en una fila, esperando ser atendido, recuerdo la cantina del colegio. Sobre todo cuando viene un abusador que piensa que es el único apurado del mundo y que su tiempo vale más que el de otros.

Yo reclamo si ese que acaba de llegar quiere ser atendido primero. De hecho, me interpongo, me rebelo, y emplazo al empleado para que no pase por encima del derecho de los demás que estamos en la fila. Sea hombre o mujer, no dejo que nadie se adelante en la fila.

Y grito peor que muchacho a la hora de recreo. Todo eso lo hago por las veces que no pude en la escuela, ya que nunca llegué a comprar nada en la bendita cantina. Por tal razón es que era tan flaco. Mi mamá nunca supo la verdad. No se lo conté.

Lo único bueno es que ahorraba bastante porque no gastaba el dinero de la merienda. Todo tiene su compensación en esta vida, dicen por ahí. Pero la verdad es que no sé si me perdí de algo y si los platanitos rebosados esos que vendían en la cantina eran tan buenos como se veían y olían.

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Victorino Muñoz
valenciano, autor de “Olímpicos e integrados”, ganador del Concurso de Narrativa Salvador Garmendia del año 2012 y “Página Roja”, publicado en la colección Orlando Araujo en el año 2017.
rvictorino27@hotmail.com
Twitter:@soyvictorinox
Foto Geczain Tovar

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